Mi mar y mi padre. Periplos, Revista de Arte y Literatura. Nro. 1.

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Hola, estimados amigos de Steemit. En esta oportunidad magnífica que me brinda el @equipocardumen en su Revista Periplos, en su primer número, cuyo tema único es el mar, he traído para ustedes este relato (algunos dicen que crónica). En él que he querido rendir homenaje a dos de mis grandes amores: el mar y mi padre (q.e.p.d.). Espero sea de su agrado.

Mi mar y mi padre /

Por @alidamaria*

El mar y las tonalidades de sus variantes colores ejercen en mí una fascinación inconmensurable que no me la producen las aguas de ningún río. Mucho he disfrutado las aguas marinas; diría que las he disfrutado en demasía, pero nunca me ha parecido suficiente.

Mi relación con el mar es muy estrecha, me viene desde los genes. La primera razón es porque nací en Margarita, por tanto, como toda isla, he vivido rodeada de aguas por todas partes y me he sentido muy cercana a ellas. Y cuando me tocó vivir en ciudades que no tienen ese azul profundo que tanto me enamora, lo extrañé y con intensidad lo busqué en el ambiente, entre la gente y, persistente, lo busqué en alguien que llevase consigo esa amalgama de olor a pez, sol, calor, sudor, ese olor que me permitía asirme al mar amado y a mi tierra querida.

No puedo escribir sobre el mar y no recordar a mi padre. Él y mi madre se conocieron en la isla Cubagua, cuando ella era una adolescente de 13 años y mi padre un hombre corrido, de 23, que tenía mujer y tres hijos (mis tres hermanos mayores). Deslumbró a la muchachita con su valentía y el arrojo de estarse horas, con su escafandra, bajo el mar, observando, escudriñando, recolectando madreperlas. Años después se casaron y la fiesta duró tres días, según cuenta mi madre (sobre esto escribiré más adelante, en otro post).

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Toda mi vida ha sido muy marcada por la relación familiar hombre-mar: marinero, como casi toda su familia, mi padre, buzo de oficio, nos transmitió su pasión por el mar y por su trabajo, de la misma manera que nos enseñó a disfrutar de los productos marinos que constituían nuestro alimento diario, la mayoría de las veces traídos a casa por él, como parte del pago y recompensa de su jornada.

La manera como me deleito con los mariscos y crustáceos se la debo a él. Conocí la perfección del sabor de la langosta gracias a mi padre. Todos los días cuando terminaba su trabajo, junto a su tío Celestino, su padre de crianza y mentor, mi papá recogía los aperos y luego se marchaba a casa con el saco en el hombro e iba repartiendo pescados o mariscos a sus amigos y familiares que encontraba en el camino, tal como suelen vivir todavía los pescadores de buena fe. Una vez llegó a casa con un saco completamente lleno de langostas, ¡oh, delicia, las langostas más bellas que jamás había visto en mi corta vida! Siempre cuento esto a mis amigos: yo, apenas con ocho años, estaba allí, en el patio de mi casa, comiéndome una langosta, recién hervida, cocinada a leña, en una gran lata de manteca Los tres cochinitos. Y lo mejor de todo fue que a cada uno de nosotros nos tocó una langosta entera ¡y no teníamos que compartirla con nadie! Las comíamos sin aderezo alguno, así, al natural, a manos limpias, sin ningún artefacto más que nuestros afilados y hambrientos dientes. Gran privilegio ser hijos de un pescador. Este es uno de los recuerdos de mi infancia que mejor atesoro.

Mi padre era, por excelencia, un gran narrador oral. Cualquier tarde nos llamaba y nos mandaba a sentar en el piso, en círculo, a su alrededor. Él, parado en medio, sin camisa, con su simpatía habitual, nos relataba sus salidas al mar, sus faenas de pesca y sus naufragios, y también su único viaje a Nueva York, en un gran barco; detallaba el abrigo negro que le compraron para el frío, entre otros vestuarios que se usan para ese tipo de navegación.

Muchas veces mi padre interpretaba canciones de Pedro Infante o Javier Solís o cualquier otra pieza de ese estilo que desgarrara el corazón y que a él le gustaba tanto. Durante mucho tiempo él nos dijo que era Joe, uno de los protagonistas de la serie Bonanza, y nos contaba que sabía montar a caballo y corría con tal velocidad que nunca lo alcanzaban los bandidos. Tratando de imitar a este personaje hablaba en un inglés incomprensible pero para nosotros nuestro héroe lo hablaba a la perfección. Y le creíamos todo. Pasados algunos años, según recuerdo, cuando estaba algo más grandecita en edad, caí en cuenta de que esa historia era mentira y me reí mucho; sin embargo, cada cierto tiempo, yo lo alentaba para que me la contara nuevamente. Para mí, mi papá seguiría siendo para siempre Joe.

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Esta ciudad donde vivo está frente al mar, huele a mar, tiene ese azul tan magnífico y poéticamente descrito incontables veces. Tiene el encanto de puerto que muchos añoran, con miles de olores marinos que se entremezclan de manera inconfundible. Esta ciudad está enmarcada por ese azul intenso desde cualquier ángulo que lleve la vista hacia el norte caribeño. Darme un baño en ese azul es uno de los placeres que más disfruto, desde siempre. Dejar que las olas me lleven según su vaivén, cuando floto, es un completo éxtasis. Puedo estar, como mi padre, horas en contemplación marina, curtiéndome de sal y sol, ennegreciéndome por tanto amar estas aguas. Estar en ellas me produce diversas sensaciones y evoca permanentemente mis memorias.

Yo, que he vivido en relación armónica con el mar necesito estar cerca de él, porque no verlo, no sentirlo, no disfrutarlo –como amante eterno– me resulta muy doloroso. Aunque a veces ni lo nombro, otras veces pasa inadvertido ante mis ojos o no percibo su olor, el hecho de saber que el mar está ahí, cerquita, para mí es esencial. Otros días no puedo seguir viviendo sin él y me mata el deseo de verlo, de tocarlo, de mojarme los pies aunque sea por pocos minutos. El mar para mí es vital y bendito, y dentro de él yo solo soy un pececito que forma parte de un gran cardumen.

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Muchas gracias por su visita. Espero gustosamente sus comentarios.

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*@alidamaria (Álida Velásquez). Nacida en Porlamar, Venezuela, en 1961. Aficionada a las letras y a la fotografía. Lingüista. Profesora de Gramática, Morfología, Semántica y Teoría del Discurso, jubilada de la Universidad de Oriente, Venezuela. Tesis de Maestría: Perspectiva metapragmática en Un sueño comentado, de Rubi Guerra (2008). Autora del libro Reflexiones sobre la evolución teórica de la Semántica Lingüística (2009).

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