EL MAR DE LOS CONTRARIOS EN RAMOS SUCRE. Periplos, Revista de Arte y Literatura. Nro. 1

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El mar de los contrarios en Ramos Sucre /

por @josemalavem*

Amigos de Steemit, les ofrezco aquí un ensayo sobre el poema en prosa “A orillas del mar eterno” del poeta venezolano José Antonio Ramos Sucre (Cumaná, 1890-Ginebra, 1930). Es mi aporte para el primer número de Periplos, Revista de Arte y Literatura que edita @EquipoCardumen, cuyo número está dedicado al mar como tema único. Agradezco de antemano su gentil atención.


EL MAR DE LOS CONTRARIOS EN RAMOS SUCRE


José Antonio Ramos Sucre Fuente

La poesía de José Antonio Ramos Sucre, como toda gran poesía, está marcada por unos cuantos temas centrales, que condensan sus angustias existenciales y sus ideales estéticos (sobre este asunto se ha escrito, y no es mi propósito abordarlo aquí). Uno de ellos es la muerte, pero también quizás el misterio de la vida. Otro de los temas-ejes de su obra (o formando parte de los anteriores) es la eternidad, en el que podrá manifestarse la fugacidad o impermanencia como su opuesto.

Ramos Sucre, intelectualmente influenciado por el pensamiento clásico antiguo pero también por los derroteros de este en el Renacimiento (y más adelante aún), dejó traslucir en su creación literaria el juego de los opuestos (lo que Nicolás de Cusa en el s. XV llamara la “coincidentia oppositorum”: la coincidencia de los opuestos). Esa dialéctica de los contrarios que coexisten podemos advertirla en muchos de sus poemas, a través de diversos motivos.


El mar es uno de esos motivos. Nacido en una ciudad situada frente al mar, y, además, con lecturas atesoradas donde este es componente esencial (dos obvias, la Odisea y la Eneida), no podía estar ausente de su creación poética. El mar aparece de modo principal o secundario, directo o indirecto, ligado, en la mayoría de los casos, a aventuras, dramas, es decir, generalmente en historias o situaciones donde se presentan acciones.


En el poema “A orillas del mar eterno” (de su libro El cielo de esmalte -1929-) no ocurre lo anterior. En este la voz poética nos presenta casi una estampa (pintura, fotografía) en movimiento, donde se describe un paisaje en el que no interviene la acción humana (a menos que sea por suposición). He allí lo más notorio de ese texto poético, en el que nos atrevemos a postular un sentido alegórico subyacente.


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Los vientos recorren a galope el estadio del mar, sacan sones profundos de las naves, provocan sonoras palpitaciones en el velamen, y arrastran las olas a una vida más bulliciosa y efímera. Una montaña de cuesta dificultosa proyecta lejos su vaga sombra, dando al mar la oscuridad de un espejo envejecido.

Los vientos bullen bajo una zona del aire, adornada con distinta gaviota inmóvil, un pájaro de vida rutinaria y tediosa, avezado a las alturas de los mástiles, donde culmina el tremendo pulso del piélago. Observa la retirada lenta del sol, del cual recibe trémula aureola.

Las naves padecen sacudidas bruscas, semejando bestias amodorradas y en descanso penoso. Desentonan con espeso color negro en medio de la tarde avanzada. Su reposo pronostica navegaciones raudas, bajo el impulso de las velas sopladas.

El aire se llena con los sones bárbaros del agua, en los que se declara una fuerza profunda; ellos componen un cántico infinito, concertado herméticamente con otras armonías distantes. Su rumor canta la huella rutilante del sol descendente y reconstituye, en la gradual oscuridad nocturna, la voz del abismo primordial.


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Lo primero a destacar es la preeminencia de la descripción. Metáforas generalmente dinámicas, de movimiento, en contraste con otras que lo detienen o niegan, en las cuales encontramos el juego de los opuestos, pero, como no podría ser de otro modo en la inteligencia aguda de Ramos Sucre, en una trama compleja.


Los vientos fuertes (“a galope”) sobre el mar –que actúan sobre los barcos y sus velas, y producen un movimiento fugaz en él– se contrastan con la montaña ubicada frente a este, en una palmaria oposición entre lo móvil y lo inmóvil. Al nombrarse a la montaña, resalta su efecto de oscuridad sobre el mar y su reflejo en él, usando un símil muy llamativo: “de un espejo envejecido”. Estos serán, en nuestra apreciación, los dos principales opuestos activados en el poema: movilidad/inmovilidad, luz/oscuridad.


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Extrañamente, se advierte, en medio de este movimiento, la presencia de una “gaviota inmóvil”, descrita con adjetivos poco usuales: “pájaro de vida rutinaria y tediosa”. La existencia de esta ave está apegada a la vida del mar y de las embarcaciones; en el poema se precisa: “avezado a las alturas de los mástiles”, imagen muy sugerente por lo que puede significar como impulso a lo alto (en una visión analógica, podría pensarse en un correlato del ser humano). Además, es el elemento que nos ubica en el tiempo del poema: el atardecer, momento en el que la gaviota es coronada (“trémula aureola”) por la luz del ocaso.


A la inmovilidad de la montaña, se aviene la de las naves (“semejando bestias amodorradas y en descanso penoso”), objeto de los efectos de los vientos sobre el mar. Es muy llamativo el modo como la voz poética compara las embarcaciones con una animalidad pesada y somnolienta. Al igual que se anuncia la posibilidad de una vida totalmente diferente que se aprestaría en esa circunstancia: “Su reposo pronostica navegaciones raudas” (¿De nuevo el correlato humano?).


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La atmósfera se plena de los elementos en juego, y reaparece el agua (del mar); su repercusión es adjetivada de modo similar a la del viento en las naves (“sones profundos de las naves”, “sones bárbaros del agua”). Los sonidos del viento y el mar se conjugan, y por ello se nos entrega la posible revelación del poema: los sonidos “componen un cántico infinito”. El día en descenso; la oscuridad ocupando el espacio, y en esas circunstancias, la identidad esencial: el sonido fusionado del viento y el mar “canta la huella rutilante del sol descendente y reconstituye, en la gradual oscuridad nocturna, la voz del abismo primordial”.



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La visión de la eternidad, propuesta a través de una imagen o motivo de gran presencia: el mar, se expresa como movilidad (el mar se extiende y altera) e inmovilidad (el mar no cambia); los acompañantes perfectos son la iluminación de lo visible y la oscuridad, que guardan o contienen lo trascendente. Ramos Sucre, por medio de la voz/perspectiva que nos habla en su poema, vuelve a la imagen, tan de raigambre romántica y simbolista (corrientes de insoslayables influencias en el autor), de la noche, que redobla la ambivalencia significativa de su creación. De este modo, entre la oscuridad del mar y la noche, confluimos a la eternidad.

La imagen final del poema, de indudable carga mítica, seguirá resonando en nosotros: “la voz del abismo primordial”. Desde nuestra interpretación, esa imagen contiene, de modo portentoso y enigmático, el sentido ramosucreano: lo insondable, que pareciera ser lo que nos constituye.


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Gracias por su lectura y comentarios.

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*@josemalavem (José Malavé Méndez) Natural de Cumaná, Venezuela, 1958. Licenciado en Educación mención Castellano y Literatura (UDO). Magíster en Literatura Venezolana (UC). Profesor de la Universidad de Oriente, Venezuela. Autor de los libros de poemas Breviario de sombras (1991) y Oculta y próxima (2005). Ha publicado poemas y ensayos en revistas y periódicos venezolanos. Tiene una larga trayectoria como promotor cultural en literatura y cine.

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