El mensaje que leí en la ventana de notificaciones, me dejó pasmado.

Los molestos emojis guiñandome un ojo, terminaron de descomponerme. Sentí los latidos de mi corazón pulsando muy fuerte dentro del pecho. El sabor del miedo se atragantó en mi garganta, al darme cuenta de las consecuencias de ese mensaje.

El monitor de la computadora me devuelve mi propia imagen luciendo como un criminal. El regusto a bilis llega a mi boca. La sensación de revoltijo y pesadez de estómago al darme cuenta de que puedo ir a la cárcel. La vista de mis manos temblando sobre el mouse, intentando comenzar a borrar los montones de archivos del disco duro. El sentimiento de culpa que me embarga al darme cuenta de lo que he hecho. La ansiedad activa un torrente de adrenalina corriendo por mis venas y me doy cuenta de que estoy a punto de ser atrapado.

El olor ferroso de mi propio sudor, se torna aún más helado cuando comienza a bajar por mi frente. Cuando instintivamente y sin moverme, hago un recorrido visual por los sitios donde pudiesen haber colocado cámaras o micrófonos ocultos.

La gélida gota de sudor que bajaba por mi espalda, me hizo recordar lo frío y calculador que puedo ser. Calma, me dije. Respiro lentamente y como si nada hubiese pasado, tecleó los comandos para eliminar todo rastro digital en la pc y en la nube.

Lentamente, saco el maletín debajo del escritorio y meto los pasaportes falsos, vuelvo a respirar lentamente, hasta sentir que la sangre regresa a mi cara y a mis manos. Saco el boleto de vuelo para emergencias, lo pongo en el bolsillo de mi chaqueta, busco el celular desechable y marco al uber que me llevará al aeropuerto.

Miro mi reloj y finjo que se me pasó la hora para la cita que tenía agendada. Tomo mi maletín y rápida pero totalmente en calma, le digo a la secretaria que me pida el almuerzo para las tres de la tarde, que a esa hora estaré de vuelta.

Con paso firme, me dirijo al ascensor, y a mi libertad. Todo está fríamente calculado. No por nada me llaman el maestro del fraude.

The message I read in the notification window left me stunned.

The annoying emojis winking at me finished breaking me down. I felt my heartbeat pulsing very hard inside my chest. The taste of fear choked in my throat, as I realized the consequences of that message.

The computer monitor flashes back to me my own image looking like a criminal. The aftertaste of bile reaches my mouth. The churning, heavy feeling in my stomach when I realize I could go to jail. The sight of my hands shaking over the mouse, trying to start deleting the piles of files on the hard drive. The feeling of guilt that overcomes me when I realize what I have done. Anxiety triggers a torrent of adrenaline coursing through my veins and I realize I'm about to be caught.

The irony smell of my own sweat becomes even colder as it begins to run down my forehead. When instinctively and without moving, I take a visual tour of the places where hidden cameras or microphones could have been placed.

The icy drop of sweat that ran down my back reminded me how cold and calculating he can be. Calm down, I told myself. He breathed slowly and as if nothing had happened, he typed the commands to delete all digital traces on the PC and in the cloud.

Slowly, I take the briefcase out from under the desk and put the fake passports in, I breathe slowly again, until I feel the blood returning to my face and hands. I take out the emergency flight ticket, put it in my jacket pocket, look for my disposable cell phone and dial the Uber that will take me to the airport.

I look at my watch and pretend that I missed the time for the appointment I had scheduled. I take my briefcase and quickly but completely calmly, I tell the secretary to order me lunch for three in the afternoon, and I will be back at that time.

With a firm step, I head to the elevator, and to my freedom. Everything is coldly calculated. They don't call me the master of fraud for nothing.