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Mi mascota favorita es el perro. Cuando residía en el pueblo, junto a mis padres y todos mis hermanos, en una casa grande con un inmenso patio lleno de árboles en la parte posterior, tuvimos varios tipos de animales que cuidábamos con gran esmero y ternura: Conejos, gatos, tortugas, loros y perros, sin embargo, estos últimos fueron siempre los que estuvieron más cerca de nosotros.
Nuestro perro...
Recuerdo, por ejemplo, que uno de esos canes que vivieron en nuestro hogar, llamado "Nerón", en todo momento quería estar conmigo. Adonde quiera que yo fuese, me acompañaba y, cuando no me veía en la casa, comenzaba a buscarme por todas partes. Era un animal fiel y amigable que estaba pendiente de cuanto sucediera por los alrededores, ante cualquier situación extraña, comenzaba a ladrar para alertarnos. Y, por lo general, todos los perros que tuvimos fueron así de especiales en su cercano comportamiento con la familia.
Ahora, que vivo en la ciudad, junto a mi esposa y mis hijos, tenemos un perro que nos regaló una vecina desde que estaba muy pequeño. Su nombre es "Hunter" y, como ya alguna vez señalé, yo me negaba a recibirlo, debido a que consideraba que en nuestro apartamento ese animalito no contaba con suficiente espacio para sobrellevar una vida cómoda. Sin embargo, mi hijo me convenció de que no habría ningún problema si sabíamos cómo manejar la situación, y el perrito se quedó en casa.
"Hunter", invitándome a jugar.
Hoy debo admitir cuán equivocado estuve. "Hunter" no necesita tanto espacio, porque solo se dedica a prodigarnos cariño y eso mismo espera de nosotros. Todas las mañanas, al abrir la puerta de mi cuarto, viene corriendo a saludarme y no se queda quieto hasta que le pase la mano por el lomo y la barriga, es algo que espera siempre como una reiteración de mi aprecio.
Si mi esposa no sale después de mí, entonces se queda en la puerta de la habitación esperando el momento para ejecutar el mismo ritual de amor. Y si por alguna casualidad se demora más de la cuenta, me viene a buscar para que vaya a abrirle la puerta. Nuestro hijo, por otra parte, dice que, a pesar de que vivimos en un cuarto piso, "Hunter" distingue el sonido de nuestro automóvil. Cuando estamos en la calle o regresamos del trabajo, apenas siente el ronroneo del vehículo se levanta y nos espera en la puerta. En cuanto entramos sus muestras de alegría son tan efusivas que, muchas veces, debemos pedirle que se calme.
Tal como lo ven, el perrito que yo, en un principio, me negaba a aceptar, se convirtió en un miembro más de la familia que se dedica a regalar y a recibir amor con una lealtad que nos ha dado a conocer una nueva dimensión de la ternura.
Saludándome en la mañana.
Debo admitir que nuestro hijo es el que más se ha encargado de los cuidados de "Hunter". Le construyó un lugar para dormir en su habitación, le compra y le cocina la comida que más le gusta, lo baña, lo saca a pasear todos los días, lo lleva a la barbería y está atento a cualquier malestar que lo afecte.
Por mi parte, debido a que conozco cuáles son sus alimentos favoritos, cuando el presupuesto me lo permite, se los compro y suelo dárselos de inmediato solo para deleitarme con la satisfacción que demuestra al comerlos. También le he confeccionado, para que juegue, algunas pelotas con calcetines viejos y remedos de huesos con trapos y cuerdas que tengo en casa. Esto lo hago porque los artículos para canes que expenden en los comercios son demasiado costosos, sin embargo, en cualquier momento le compraré uno de esos atractivos juguetes.
Invito a los amigos:
@bryanfer981,
@sualeha y
@napito
Nota: Todas las imágenes pertenecen al autor y fueron tomadas con la cámara del teléfono móvil, modelo: Samsung SM-A135M.