El hombre que amaneció sin cerebro

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Gregorio Panza se despertó un día lunes temprano. Sentía el cuerpo pesado y tenía picazón en la cabeza. Se miró en el espejo y se rascó la mollera. En el acto, cuando frotaba las yemas de los dedos sobre el cuero cabelludo, la tapa del cerebro se desprendió como si fuera un casco. “¡Madre mía!” –gritó asustado-. “¿Qué significa esto? La parte de arriba de mi cabeza se ve como cuando se rebana una mortadela. ¡Santo dios! Creo que esto me está pasando por haber pasado todo el fin de semana celebrando estupideces con los locos de mis amigos”.

En eso sintió un cosquilleo en el cerebro. Como si allí hubiera un gusano que estuviera tratando de salir. Pero no, no era un insecto. De allí estaba brotando una planta, porque ya en su cabeza no habían sesos. En su lugar lo que había era un puñado de tierra y esa pequeña planta de hojas lanceoladas y bordes aserrados. Y pensó: “Creo que hasta aquí llegó mi existencia, porque ya no tengo cerebro. He pasado a ser una escoria de la vida, y todo gracias a que nunca le hice caso a mi madre quien era una gran mujer. Pero es demasiado tarde, ya no tengo tiempo ni para arrepentirme”.

Gregorio se mantuvo un rato contemplándose en el espejo. No apartaba la vista de la planta que había crecido en su cráneo vacío. Entonces decidió hacer una video-llamada a un amigo doctor para contarle el problema y pedirle algún consejo.

El médico lo que le dijo fue: “Amigo, usted está prácticamente muerto. Y eso te lo has ganado por andar revuelto con gente de mala conducta. Te recomiendo que te vayas ya a una funeraria para que se encarguen de tu entierro”.

En eso Gregorio sintió como si le hubieran echado un balde de agua fría y despertó gritando y todo asustado de la pesadilla que acababa de vivir.

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