He tenido la oportunidad de hacer vuelos transatlánticos y, en verdad, es una emoción muy especial porque ver las nubes y las ciudades desde el cielo nos da una dimensión de las maravillas que ha creado el hombre.

Desde pequeña hice varios viajes en avión a distintas ciudades de Venezuela. En esos vuelos uno va sentado porque las distancias son cortas y los vuelos suelen ser breves.

A los doce años fue la primera vez que vi un atardecer desde la ventanilla un avión, aún guardo ese recuerdo en mi memoria. Eran colores cálidos y al fondo las luces de la ciudad. Fue un momento mágico.

Mi primer viaje trasatlántico fue cuando tenía 25 años. Pasé 10 horas subida en un avión, volando sobre el océano Atlántico. Caminé por los pasillos, charlé con las aeromozas e incluso hice amistades. Nos intercambiamos correos (en ese entonces no existían las redes sociales) y me dieron tips de varios lugares para visitar en España y en Francia.

Siempre me ha gustado mirar por la ventanilla del avión aunque muchas veces no se ve nada. Sin embargo, en los primeros minutos de vuelo uno puede disfrutar de las nubes y eso es algo maravilloso.

_{Fuente: Fotografía de @marcybetancourt}

Mientras estamos volando me pueden surgir cientos de ideas de cosas que quisiera hacer en el destino hacia donde voy. Por eso siempre llevo en mi bolso de mano una libreta de anotaciones. Allí escribo mis ilusiones más profundas con la esperanza de poder hacerlas. Digo esto porque, generalmente, viajo con muchas limitaciones de dinero, así que ir a ciertos museos es prohibitivo para mi presupuesto. Pero la emoción y la ilusión de que estaré en un lugar soñado me pone los pensamientos a millón.

Hace algunos años estuve en Florencia – Italia y yo quería ver el David de Miguel Ángel. Con mi escaso italiano logré llegar a la Galería de la Academia y pagué esa entrada con el mayor de los gustos.

Adentro, después de hacer una cola de una hora y media aproximadamente, fui a la escultura monumental. Me senté frente a ella, como todos los turistas, y quedé extasiada de la majestuosidad de esa obra.

En fin, mientras estamos volando en un avión nuestros pensamientos también pueden hacer lo mismo; es un espacio de tiempo-espacio de relajación y felicidad.

En un avión, y con tantas horas de vuelo, uno puede oír música, ver una película, charlar con los otros pasajeros, estudiar e investigar, disfrutar de algunas revistas o periódicos de la ciudad destino, jugar, etc.

Muchas veces yo me ensimismo y miro a través de la ventanilla. Pienso en cómo tantas toneladas de peso pueden desafiar la gravedad y en cómo podemos cambiar de temperatura en tan poco tiempo.

Cumaná es una ciudad continental que se encuentra frente al Mar Caribe. Normalmente, tenemos una temperatura ambiental de 32 grados todo el año. Dependiendo de la época del año, si viajo para Europa, puedo llegar en otoño o en invierno. No viajo en verano porque es temporada alta y los costes de los vuelos y del hospedaje son muy caros. Entonces, mi cuerpo siente ese cambio de manera muy brusca, de allí que llevo más abrigos que cualquier otra persona, jajaja.

_{Fuente: Fotografía de @marcybetancourt}

Los aviones son presurizados y la temperatura dentro ellos es agradable pero el problema es cuando salimos de Maiquetía con 30 grados y llegamos a 4 grados y la sensación térmica de -2 grados. El choque es brutal.

Ahora, en los aviones más modernos, las pantallas pueden mostrar la altitud del avión, la velocidad y la temperatura externa. En el último viaje que hice, me sorprendí de que la temperatura al exterior del avión fuese de -51 grados centígrados. Uff, demasiado frío!!

En fin, volar es un placer siempre y cuando no haya zonas de turbulencias ni tormentas pero ese es otro cuento.

Invito a @mariami y @filili71 a participar en este simpático concurso CONTEST & Winners! Choices! What will it be? #41.

Muchas gracias por leerme y bienvenidos sus comentarios.

¡Saludos infinitos!

_{Los banners de esta publicación fueron diseñados por mí.}