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Una noche, cuando estaba durmiendo en su habitación, de repente se encendió su televisor, lo que la sorprendió. Inmediatamente se levantó, apagó la televisión y trató de dormir. Después de un rato, se dio cuenta de que alguien estaba acostado en la cama junto a ella. La televisión estaba encendida y luego la sensación de la presencia de alguien fue suficiente para asustar a Della. Estaba sola en la casa por lo que siguió acostada en su cama sin moverse ni un centímetro.
Estaba muerta de miedo pero para convencerse pensó que tal vez esa sería su ilusión. Pero después de un rato, volvió a sentir como si el colchón de la cama estuviera presionado y alguien se volviera hacia ella.
Della tenía la piel de gallina y estaba muy asustada. Ella no podía entender lo que estaba pasando.
Padre Nuestro que estás en los cielos,
Santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu reino
Hágase, señor, su voluntad...
Hubo un silencio interminable, el cuerpo a su lado hacía peso en el colchón, sentía el calor de su piel, el miedo crecía, entonces cerraba más fuerte sus ojos buscando calma, pero ahora sucedió algo que la estremeció aún más, el cuerpo se volteó hacia ella y pudo sentir su olor, era el perfume de Martín, no había dudas; se quedó quieta, pero no abrió los ojos, el televisor se encendió de nuevo y se dejó escuchar el noticiero en español que él siempre escuchaba, comenzó a respirar profundo y se fue quedando dormida, despertó y lo primero que hizo fue ver a su lado. No había nadie, el televisor estaba apagado, se puso de pie, fue a la mesita de noche y encendió su teléfono móvil, tenía muchas llamadas perdidas.
Con las manos temblorosas marcó el número de teléfono de Martín, pero estaba fuera de cobertura. Se llevó las manos a la cabeza como tratando de poner en orden sus pensamientos, entonces agarró el directorio telefónico de Martín. Inmediatamente buscó la “J”, allí abrió la libreta y estaba el nombre de Jhon Jaime. Lo llamó y él le contestó:
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-Hola, Jhon, disculpa que no te haya respondido, pero tuve una mala noche, cuéntame cómo está Martín. Lo llamó y no responde.
Jhon guardó silencio.
-Jhon, ¿estás allí? –preguntó Della –por favor, no me asustes, ¿le pasó algo a Martín?
-Della, me hubiese encantado no ser yo quien te diera esta información. Pero Martín tuvo un accidente anoche y quedó muy mal herido, pese a los esfuerzos de los médicos para salvarle la vida, falleció como a las once de la noche. Tratamos de ubicarte, pero creo que tu teléfono estaba apagado. Necesitamos que viajes a Europa para que retires el cuerpo de Martín.
Della está en el aeropuerto, se siente otra, no sabe qué hacer ni qué decir, le preocupa la salud de la madre de Martín; es tan mayor que no soportará esa noticia sin desmoronarse.
Mientras pensaba en la madre de Martín, se acordó de ella misma: ¿Y tú, Della, qué vas a hacer ahora? Nunca te preocupaste por tener un empleo, te dedicaste completamente a cuidar a Martín. Ahora, ¿qué va a pasar?
En ese momento, se desplomó y se postró de dolor como María frente a Jesús en la cruz.
Los trabajadores del aeropuerto se acercaron a asistirla. Con la ayuda de ellos se levantó y dijo con voz entrecortada:
-Estoy bien, gracias.
Ahora está en el avión, se hace la señal de la cruz; toda la vida le ha temido a las alturas. Por fortuna el viaje fue tranquilo.
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Ella dijo: "Es mejor cremarlo".
-¿Y qué le dirás a la madre de Martín?
-No sé, ya pensaré en algo.
Della llegó a su apartamento de Dubai, colocó el cofre con las cenizas de Martín, en el lugar que él siempre ocupaba en la cama. Todas las noches el televisor se enciende y apaga solo a la hora del noticiero. Ella le pasa la mano al cofre con ternura. Le dice: “Descansa, mi amor”. Reza el Padre Nuestro y duerme sin miedo.
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