Concurso Coti-amigo: Mi Década Favorita| por @cruzamilcar63

Nuestra primera hija había nacido en 1986 y en 1992 vino el segundo, un varón, para completar la inquieta y brillante constelación familiar que viviría a plenitud, como ninguna otra, esa agitada década de los noventa.

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El 27 de noviembre, casi a la media noche, cuando le comenzaron a mi esposa los inevitables dolores para dar a luz ese último hijo, yo salí para la calle a buscar un teléfono para llamar a mis suegros con el fin de notificarles que ya había comenzado la emergencia, pero todavía no había caminado ni siquiera dos cuadras cuando la policía me dio la voz de alerta. En todo el territorio nacional había toque de queda, nadie podía estar caminando por allí y menos a esas horas. Ese mismo día había ocurrido el segundo intento de golpe de estado del año 1992 en contra del presidente Carlos Andrés Pérez; el primero ocurrió el 4 de febrero y también había sido neutralizado. Recuerdo que lo único que yo cargaba encima para justificar mi deambular por las calles aquel día de asonada militar era un documento que certificaba el estado de gravidez avanzado de mi esposa y fue eso lo que les mostré a las autoridades. Ellos revisaron el papel y, amablemente, me acompañaron a realizar la llamada. Al día siguiente, sin ningún problema, nació nuestro segundo y último vástago.

Política, social y económicamente, el país vivía en una efervescencia constante que era motivo de debate en todos los medios de comunicación de la época. Tanto mi esposa como yo nos manteníamos atentos la situación y discutíamos, algunas veces, sobre esos temas que predominaban en la opinión pública; pero estas eran cuestiones que se encontraban al margen de nuestro principal interés: la familia. Ambos ejercíamos empleos, cuyos salarios no estaban regularizados, es decir nuestras entradas de dinero eran esporádicas y, muchas veces, no tan abundantes como anhelábamos; por tal razón, hacíamos de todo con tal de que a nuestros hijos no les faltara nada.

Ella vendía libros porque para ese tiempo todavía no había obtenido su licenciatura en educación, aún estaba estudiando, y yo trabajaba en la Universidad de Oriente, pero pertenecía al personal contratado, un sector laboral de la institución que no había sido incorporado a la nómina oficial, por lo tanto, solo cobraba dos veces al año. Para procurarnos, entonces, otra entrada de dinero, decidimos incursionar en el campo de la artesanía. Trabajábamos, más que todo, con madera reciclada que comprábamos en un establecimiento cerca de nuestra casa. Yo recortaba las figuras y me ocupaba del trabajo más pesado en general y mi esposa, con sus prodigiosas manos, pintaba y colocaba los adornos pertinentes en cada pieza.

Así, con esfuerzo y dedicación, logramos salir adelante. En esa época adquirimos nuestro primer televisor. Teníamos uno pequeño en casa que los abuelos les habían regalado a los niños, pero a los pocos meses comenzó a fallar y se convirtió en un problema para ellos, porque las imágenes frecuentemente se tornaban oscuras. Por eso nunca olvidaré sus caritas de emoción, el día en que el auto de la mueblería se estacionó frente a la casa y bajó aquella caja inmensa que contenía un televisor nuevo de veintiuna pulgadas.

Mientras tanto, la agitación en el país continuaba, dando pie para los cambios que comenzaríamos a experimentar una vez que comenzase el presente siglo. En 1993, fue enjuiciado y separado de su cargo de Presidente constitucional de Venezuela, Carlos Andrés Pérez; por lo tanto, el Congreso de la República nombró un primer mandatario provisional, Ramón J. Velásquez, hasta que se celebraran las próximas elecciones. En estas resultó electo Rafael Caldera, quien gobernó durante el período comprendido entre 1994 y 1999. Toda esa crispación que existía en Venezuela podía palparse en las calles, en los medios de comunicación, en las telenovelas, en los programas de humor, en la literatura, en las canciones y en cualquier esfera del humano proceder que pudiéramos imaginar.

Nosotros continuábamos, por supuesto, atentos a las vicisitudes de la nación, sin embargo, estas no representaban ningún obstáculo para que la familia continuara su camino hacia sus más altos anhelos. Nuestros pequeños hijos, por otra parte, nos internaban por senderos alejados de la inquieta y prosaica realidad. Junto con ellos disfrutamos películas como el Rey León, Balto, Mi pobre angelito y Toy Story, conocimos a los Power Rangers, a los Caballeros del Zodíaco, a la galería de Sailor Moon, a Pokémon, coleccionamos calcomanías que estampábamos en álbumes preciosos, jugábamos con los famosos tazos y nos ocupábamos de las mascotas virtuales… nos divertíamos con cualquier actividad que emprendiéramos sin que interviniera ninguna petición exorbitante que se saliera de nuestra situación financiera.

Ya a finales de los noventa, nuestra situación laboral había mejorado notablemente. Tanto así que mandamos a colocar una línea telefónica en la casa que alquilábamos, compramos nuestra primera computadora y comenzamos a dar los primeros pasos para obtener un hogar propio. Nuestros hijos avanzaban, sin problemas, en sus estudios y vivían su etapa de niños dentro de los parámetros adecuados para su edad. Por todo ello podemos asegurar que la década de los noventa fue crucial para, en primer lugar, aprender a superar las dificultades y después para afianzar el agradecimiento por los pequeños logros que, gradualmente, van consolidando a la familia.



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Invito a los amigos: @felixgarciap, @cbuendia y @lachicarebelde. A todos quienes deseen participar en este ameno concurso, moderado por el amigo @yolvijrm, les dejo el enlace aquí.



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