1.- La conciencia de los vegetarianos
Las razones por las que algunas personas se convierten en vegetarianas pueden ser de distinta índole. Entre las principales se encuentran el respeto a los derechos de los animales, que se opone frontalmente al maltrato de estos seres vivos solo para beneficiar a nuestra especie; las relacionadas con el bienestar de la salud, las que enfatizan, por otro lado, la protección del medio ambiente y, en menor medida, las que provienen de las orientaciones pautadas por una determinada religión cuyos preceptos prohíben el consumo de productos cárnicos.
Asumir un comportamiento vegetariano o vegano -existen ciertas diferencias entre estos dos términos que no viene al caso explicitar aquí- se trata en la mayoría de los casos, de acuerdo con los investigadores de la conducta, de una decisión libre e individual. Es natural que el ser humano analice constantemente el entorno que le rodea, que evalúe, según una serie de principios incorporados a su devenir existencial, cuáles hechos, situaciones o comportamientos le resultan correctos y cuáles se salen de los parámetros que considera adecuados.
En este sentido, cuando un individuo decide eliminar de su dieta los productos provenientes del reino animal experimenta un gran cambio en su vida. Se dispone, sobre todo, a no continuar siendo parte de aquello que no concuerda con su manera de percibir el mundo; los dictámenes de sus razones le conducen hacia un modo de vida en el cual se siente en paz con su conciencia, ya que aparta de su cotidianidad lo que estima inconveniente con la finalidad de ser fiel a sus ideas, a sí mismo.
2.- La disyuntiva psicológica
Desde el punto de vista psicológico, esto no pareciera representar ningún problema; se trata, en esencia, de una persona que asume un estilo de vida adaptado a lo que considera correcto. Sin embargo, es imprescindible tomar en cuenta que la alimentación forma parte de una tradición arraigada dentro de la sociedad, que se trata un componente cultural que influye en la manera en que un individuo se relaciona con los demás y que puede determinar, por lo tanto, la aceptación o el rechazo dentro de algunos grupos sociales.
Aunque en los últimos tiempos, tal como aseguran algunos conocedores de estos tópicos, la población vegetariana se ha incrementado considerablemente, esta continúa siendo en todas partes una minoría. Ante esta realidad, quienes están comenzando, sobre todo, en este tipo de dietas se enfrentan al acoso de una significativa mayoría que niega rotundamente la existencia de una alimentación adecuada en la que falte la proteína animal. Y no solo eso, también cuestionan, con indoblegable fervor, las razones que esgrimen los vegetarianos para justificar su conducta, lo cual desemboca, muchas veces, en desprecio o discriminación.
Esta presión constante sobre su estilo de vida puede generar entre los principiantes, o en aquellas personas que carezcan de una sólida personalidad, un miedo recurrente, un grado de inseguridad tan grande que las induzca a pensar que no están actuando de forma normal, o a convertir su relación con la comida en una displicente angustia, ya que miran a esta como la causante del deterioro flagrante de sus relaciones sociales. El vegetariano se encuentra, entonces, ante la paradoja de que en su búsqueda del bienestar individual, y del entorno en general, se tropieza con insistentes obstáculos que intentan apartarlo de sus convicciones.
Lo más recomendable, alegan los expertos, para quienes deciden adoptar un modo de vida vegetariano es asumir con firmeza que han escogido el camino adecuado, que sus creencias están plenamente justificadas porque provienen de la evaluación objetiva de una realidad con la que no comparten ciertos parámetros. Lo sensato es estar en paz con la conciencia y ser fieles a los ideales que sustentan la personalidad. La sinceridad, la conducta que no traiciona los principios, los ubicará más temprano que tarde en el lugar que les corresponde.
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