La guerra y su impacto psicológico en los niños/ Viernes de Psicología

I.- Ninguna guerra es buena


La guerra, sin importar cuáles sean las razones que la generan, siempre será un escenario terrible para quienes la experimentan en directo y para todos los seres humanos que se conmueven ante el sufrimiento de sus semejantes. Cuando un conflicto bélico se hace realidad, debido al grado de violencia que surge de su accionar, se pueden manifestar las conductas más aberrantes que alberga el alterado corazón de una persona. Bastantes ejemplos existen al respecto en la extensa literatura sobre los pequeños y grandes conflictos de este tipo acaecidos a lo largo de la historia.

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Las noticias de la contienda, todavía en desarrollo, entre Rusia y Ucrania, nos muestran con increíble fidelidad, día a día, cómo pueden ser arrasados calles pueblos y ciudades enteras sin consideración alguna. Observamos, con profunda consternación, la inmensa desesperación de todo un contingente humano que debe abandonar apresurado, y sin saber a ciencia cierta hacia dónde debe ir, los lugares donde han pasado toda una vida o donde, simplemente, habían decidido quedarse porque el destino, por una u otra razón, los condujo hacia esos predios.


II.- El impacto de la guerra en los niños


Dentro de este grave e incierto panorama, debemos tomar en cuenta con especial atención, ya que se trata de uno de los sectores más susceptibles de la sociedad, la situación de los niños. Si para un adulto, la guerra representa, muchas veces, un evento inexplicable del comportamiento humano, por su desmesurado afán de destrucción, es inimaginable entonces la forma en que repercutirá en la conducta de un pequeño, cuyo porvenir depende exclusivamente de los ejemplos que obtiene del mundo que le rodea.

Tal como lo han recalcado innumerables estudios sobre psicología del aprendizaje, para que un niño alcance un óptimo desarrollo, el ambiente donde se desenvuelve debe estar en consonancia con sus inquietudes, con los intereses propios de esa edad, para que su gran capacidad de aprehender el conocimiento sea estimulada como es debido. En una etapa en que el juego, la curiosidad y la imaginación son preponderantes, el entorno debe estar precisamente acondicionado para potenciar esas aptitudes. Ante estas perspectivas, se hace evidente que es inconmensurable el impacto negativo que puede tener en la psicología de un niño los implacables avatares de la guerra.

Los más pequeños pueden, por supuesto, entender someramente la gravedad de los acontecimientos que ocurren a su alrededor, sin embargo, eso no significa que se encuentren libres de ser afectados, tanto psicológica como físicamente, de los perniciosos efectos generados por las acciones bélicas. No pueden mantenerse tranquilos quienes escuchan, de modo frecuente, sonidos que presagian violencia, que portan un mensaje de destrucción inminente, de la cual, en muchas oportunidades, son testigos directos. Es muy difícil que un alma, empezando apenas a vivir, comprenda y asuma que la casa donde vive, la escuela a la que asiste, el parque donde juega y hasta la calle que pisan sus pies cuando sale de paseo han sido destruidos por completo. Todo esto, y muchas otras consecuencias originadas por la guerra, altera drásticamente su vida, sus costumbres, su manera de percibir la realidad.

En efecto, muchos de los niños que han experimentado los intensos excesos de la guerra son víctimas de severos trastornos psicológicos que repercuten, como es obvio, en su comportamiento y en el desarrollo integral de su personalidad en caso de que no sean tratados a tiempo. La ansiedad, por ejemplo, ante la desaparición del universo particular en el que solían desenvolverse, se manifiesta de modo frecuente. La indefinición, el vacío que existe en su entorno, debido a que algunas personas ya no están y a que las situaciones que antes disfrutaban se han esfumado, provocan un desasosiego recurrente, perjudicando el carácter normal que debe prevalecer en esa temprana etapa de la existencia.

Puede ocurrir, igualmente, que los niños afectados por las zozobras del conflicto, ante la imposibilidad de entender la magnitud de la situación y la impotencia que siente ante esta, desarrollen desórdenes conductuales como agresividad, constantes cambios emocionales, desprecio por las tareas que involucren esfuerzo intelectual, dificultades para dormir y, en casos severos de depresión, olvidar aprendizajes ya superados o regresar a conductas impropias para la edad, como el control de los esfínteres, por ejemplo. Todas estas alteraciones conductuales, por lo general, deben ser tratadas por especialistas en la materia, ya que, muchas veces, no basta nada más con que los pequeños sean cambiados a un ambiente idóneo para que sus males desaparezcan.

Como dijimos al comienzo, la guerra es un evento terrible que impone en el transcurso de su trágico desarrollo el lado más oscuro de los seres humanos; por ello lo más plausible será siempre evitarla a toda costa, por el bien de todos, y en especial de los niños de nuestro planeta, esos pequeños seres indefensos que no merecen padecer las secuelas psicológicas que les proporciona un conflicto en el cual nada tienen que ver; además es necesario tener bien claro que serán esas pequeñas personas las que construirán el porvenir que proyectamos.




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