Esta noche voy a morir. La certeza se consuma una y otra vez en el bucle de este recuerdo. Me veo atravesar la reja del parque. La brisa nocturna arrastra los aromas de la primavera. Date la vuelta, no vayas por ahí. Mi yo del pasado se saca del pantalón los bordes de la camisa y sonríe. El uniforme de mesera es una tortura autoimpuesta: las propinas ayudan (ayudaban) a pagar las fotocopias para la universidad. Empiezo a sentir frío, me observo hacer fricción juntando las palmas de mis manos (que ya no tengo).
Pude haber tomado el autobús con Karen —me insistió tanto— pero me gustaba caminar. En este punto, mientras veo a mi yo-vivo que contempla la luna, soy capaz de contar los pasos que me separan de la primera gota de sangre. Cinco, cuatro, tres, dos, uno. Llega el sobresalto. Todavía puedes irte. Uno, dos. Más gotas. Pequeñas pero de una herida reciente. Se produce un bajón de luz entre los postes que flanquean el camino. Corre, estúpida. No sé en qué pensaba entonces. Tal vez consideré que la sangre provenía de algún animal, quizás una rata. El error fue haberme detenido. Y ahora me doy cuenta de que ella había estado todo el tiempo pegada a mí, fundida en mi sombra. La mujer rota produce un crujido desde sus rodillas fracturadas para advertirme de su presencia. Percibo el eco del líquido viscoso que gotea a mis espaldas. ¡Vete! Sus dedos torcidos rozan mi hombro.
He perdido de nuevo.
¡Saludos! Con este micro participo en la Semana 5 del concurso #MicroTerror256 convocado por @trenz. Si te interesa, puedes leer las bases aquí.
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Pd: La imagen es de Pixabay.