"miprimerconsurso #4" Entrada #1. Huele a septiembre.

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Huele a septiembre.

El olor inconfundible del río, de la represa, del maíz recién cocido e incluso el desagradable olor producido por el ganado. El olor a pasto recién cortado y el olor de carne asada de las fiestas patrias, era lo que ponía inicio a mi septiembre de cada año.
A pesar de que los viajes a ese pequeño pueblo campestre de algún lugar recóndito del interior del país, dejaron de formar parte de mi vida, aún relaciono la fecha con ese pequeño pueblo. Quizá la razón se encuentre en lo importante que era ese lugar durante mi infancia o en lo mucho que extraño la tranquilidad que me generaba estar ahí, lejos de la ciudad, rodeada de árboles y de lagunas transparentes. Esa pequeña zona rural era mi escape, mi otro “escondite” con vista al mismo mar del cual tanto quería escapar en la ciudad.

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No sabía que el 11 de septiembre del 2001 sería el último día que pasaría recorriendo las calles de ese pequeño pueblo. O quizá deba decir penúltima, quién sabe si un día de estos me atreva a regresar.
El día inició como cualquier otro; con el olor a maíz y a café, con voces lejanas de la cocina y con mi primo entrando al cuarto por tercera vez gritándome que se ha cansado de esperar a que termine de despertar. Salgo a desayunar y él sigue ahí, concentrado y con cara de frustración porque seguramente no ha logrado montar a caballo sin caerse otra vez, me río de él y sin saber lo que ha pasado empiezo a pensar en que mi torpeza quizá es algo de familia.

Su cara de angustia desaparece una vez que salimos de la casa a cumplir nuestra rutina. Le dimos de comer sólo a los perros, caballos, loros y gallinas porque no nos atrevíamos a acercarnos al resto de los animales que nos superaban en tamaño. Luego, visitamos a nuestra tía-abuela. Vivía 3 cuadras más arriba y a mitad de camino siempre nos deteníamos a observar esos animales súper extraños que tienen su hogar en una de las lagunas. Esta vez es mi primo quién se burla de mí porque me he quedado observando perdidamente el montón de naturaleza que nos rodeaba. Retomamos nuestro camino y llegamos a nuestro destino. Después de saludar a cada una de las personas de la casa, nos ofrecieron algún dulce cuyo nombre soy incapaz de recordar y nos sentamos. De fondo, en la conversación de la gente grande, se escucha un “Esta mañana tuve que perseguir a una de las vacas porque se escapó sin darme cuenta”, después de las risas, alguien comenta que hubo un ataque terrorista en no sé dónde y que cosas como esa hacía que no extrañara a la ciudad. El escuchar eso me dejó una sensación bastante agridulce. La ciudad, por muy caótica que sea, también tiene su encanto. Si bien es un blanco perfecto para alguien que no tiene conciencia del mal que puede llegar a causar, no necesitas estar en ella para que algo terrible pase. Las tragedias suceden todos los días, estemos donde estemos, no tenemos escapatoria.
Algún primo lejano interrumpió mis pensamientos, nos invitó a pasear a la plaza así que fuimos con él.

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Había una especie de feria por alguna festividad de la Virgen del Valle y todos parecían felices de ayudar con los preparativos o felices de estar ahí existiendo en ese momento. En días como ese, la felicidad era contagiosa y no tardamos mucho en encontrarnos encajando en todo ese ápice de alegría que generaba la plaza. Mucha gente nos saludaba sin tener idea de quiénes éramos, aun siendo niños, fue lindo encontrar ese tipo de cordialidad que no encuentras en la ciudad. Fue extraño sentir cómo mi cuerpo me gritaba que me dejara invadir por esa primavera de un día. La dicha que encontraba en soledad rodeada de naturaleza también la encontré rodeada de personas, disfrutando de la humanidad y de ese pequeño momento de esperanza.
Fue una tarde diferente, conocimos a mucha gente bastante agradable y regresamos a casa increíblemente satisfechos por lo felices que nos había hecho del día. Estoy segura de que mi primo lo recuerda muy vagamente pero con una sonrisa en su rostro. Yo, en cambio, lo recuerdo con una sentimientos contrarios; con tristeza y felicidad, con nostalgia y con entusiasmo. El día y la fecha quedaron marcados en mi memoria. Fue el 11 el día en el que olía más a Septiembre que nunca y el día en el que entendí que aún hay mucho por ver, por sentir, por vivir… Que hay muchas personas en este mundo más allá de aquellas que te rodean diariamente, que existe algo más que sólo maldad si aprendes a observar de la manera correcta. Que las tragedias a veces unen más a las personas, que existe la humildad y la generosidad entre aquellos que saben que no están solos.
A la mañana siguiente, mi abuela nos despertó temprano. Fue bastante inesperado pero no dijimos nada, sólo nos alistamos y nos fuimos con el recuerdo del día anterior y con la tranquilidad que te brinda la mañana del campo.

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