Esos silencios que ves llegar
y de la nada ves opacar por la rutina de la ciudad,
esos donde aprendes de ti mismo sin necesidad de opiniones de los demás,
esos silencios donde solo escuchas la algarabía de tu voz sin filtro,
esa voz que por fin puede explotar a gritos sin temor de no ser comprendidos
ya que sigues siendo el emisor pero también receptor de esas historias sin juicio,
no hay mejor manera de caer en un vicio,
ese vicio llamado soledad donde hablar contigo mismo se convierte en tu rito.
Esa soledad, a la cual muchos le temen sin darle cavidad
y otros le sirven café para acompañar.
Es triste ver cómo las personas le huyen a la soledad
hasta tal punto que prefieren tener a alguien que solo les dé calamidad.
La soledad no es tu enemiga,
ella simplemente se dedica a ser tu amiga,
cuando todo el ruido se va ella siempre se queda
para que así no te pierdas jamás.