Concurso Cervantes: 6ª Entrega

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Era la casa del vicio, y a nadie parecía importarle. Mucho menos a Marta; ella estaba ahí sólo para servir. Todos los días, cuando el cielo se empezaba a tintar de naranja, entraba en sigilo a cada habitación, dejaba uno, dos, tres platos de comida sobre cada mesa —siempre pan, huevos, mantequilla y algo para beber—, recogía cualquier porquería del suelo y, con el mismo silencio con el que había entrado, se retiraba. Nunca despertaba a sus inquilinos, ni a sus visitas y huéspedes propios, sin importar quienes fueran.

Aún a su avanzada edad, podía ver y escuchar con normalidad, y hacía todos los quehaceres de su casa —que a la vez era su negocio— sin dificultad. En cambio, su ceguera era voluntaria. Cuando entraba a cada habitación, por la mañana para dejar el desayuno o por las tardes, cuando algunos ya se habían ido, no veía las colillas de cigarrillos extendidas por el piso, los pedazos de tela desgarrada que se ocultaban debajo de la cama, las botellas vacías desperdigadas por el piso, ni los restos de pastillas, agujas y polvos que solía encontrar sobre la mesa, cerca de los platos sucios del desayuno. Ella solo veía una habitación sucia; ella solo veía más trabajo por hacer.

La casa tenía dos pisos. En el de abajo vivía ella, y tenía una habitación en alquiler; el resto de los espacios los llenaba la cocina, un baño y un cuarto que servía de almacén. En el piso superior sólo había habitaciones, cuatro en total, y dos baños más. Siempre estaba llena; el único momento en que no había inquilinos en alguna de las habitaciones era cuando se acercaba a acomodar, entre un alquiler y el otro. Algunos clientes venían por una sola noche, en ocasiones dos o tres; raramente solicitaban sus servicios de hospedaje por más de una semana, y cuando lo hacían, Marta procuraba dar el mejor servicio, pues los clientes que más tiempo se hospedaban en sus espacios solían ser magnates, gerentes, dueños de empresas, doctores, a veces hombres sin más oficio que el del dinero de sus padres.

Siempre llegaban solos, si acaso acompañados por uno o dos hombres, nunca más. Luego, a las horas, veía entrar por la puerta principal más personas: mujeres altas y mujeres bajas, mujeres gordas y mujeres flacas, mujeres viejas y señoritas que apenas eran mujeres. Cuando alguna de ellas traía un bebé en brazos, se le hacía un nudo en la garganta; todos los bebés se ven iguales de pequeños, y todos le recordaban a sus hijos.

Y a pesar de que se esforzaba por no pensar en ellos, todas las noches, cuando ya no había más que hacer sino dormir hasta el día siguiente, dejaba fluir sus lágrimas, antes de lavarse la cara e intentar distraerse. Era inútil; siempre soñaba con sus hijos, y al despertar, antes de subirle el desayuno a los inquilinos, recordaba con mucha tristeza que la única herencia que tenía para ellos era aquella casa mugrienta llena de sexo, de drogas y pecado.

Concurso patrocinado por el witness @cervantes. No te olvides de votarlo en la siguiente página: http://www.steemit.com/~witnesses

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