Todos tenemos anclas, ¿conoces las tuyas?

Cada persona es un barquito en el océano y dependiendo de los errores que cometemos, vamos dejando caer una gran variedad de anclas: hay gigantes, pequeñas, pesadas y ligeras.

Lo ideal es que todos fuesen libres de navegar por el mar lo más liviano posible, claro, pero nos acompañan estos recuerdos del caos que hemos causado a nuestro paso.

Nos persiguen el peso de nuestras acciones y avanzar se nos imposibilita a medida que pasa el tiempo. Cada uno es responsable de sus anclas, ya sea para por fin levantarlas o descuidarlas hasta su máximo estado de oxidación.

¿Alguna vez te has detenido a contarlas? ¿Te has dignado a perdonar y superar?

Quizá te fijas en tus anclas pequeñas, son las más fáciles y te hacen creer por un breve momento que ya estás bien, que viajarás mejor.

Pues mi consejo es que eches un vistazo a tu ancla más enorme y pesada, puede que te suceda como a mi, que no sepas cómo hacer, que sabes que se está oxidando y no sabes cómo detenerlo, buscas a quién pertenece, pero...
allí te das cuenta de que estás hundido,
que tienes una sentencia de por vida,
tu mayor ancla eres tú
y estás varado en medio del océano
porque no tienes idea de cómo perdonarte.

BARCOS DE PAPEL.jpg
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