Extraterrestres en Latinoamérica - (Un Cuento de Ciencia Ficción)

La Ciencia Ficción es uno de mis géneros preferidos.

Ya en el post de ¡Hicimos un cortometraje de Ciencia Ficción! les comenté mi experiencia haciendo un audiovisual que trató sobre invasiones extraterrestres a un país de América Latina. Pues bien, hoy tengo el placer de presentarles esta historia titulada Santificados sean los OVNIS y que va en esa misma línea: ambientar la Ciencia Ficción a contextos criollos.


  Santificados sean los OVNIS  


  Agarré mis cosas más importantes y las eché en un bolso. No era mucho, entre las pertenencias había una tarjeta de crédito endeudada y un divorcio por firmar. Solo vanidades de la vida. Lo que yo realmente quería y necesitaba con todo mi corazón era huir lo más lejos posible. Por lo menos hasta perderme de la que ya no era mi casa, de ese apocalipsis al que había pasado mi relación.     


 Fotografía obra de Víctor Alfonso Ravago. Fuente original.


  Para redimirme debía buscar un lugar santo, eché a andar y terminé en algo muy distinto, un sitio al que le decían La Montaña y que quedaba en un punto alejado de Dios en la vía entre Ciudad Guayana y Upata. Ahí solo habían malandros, blanco (así le decían a la cocaína) y la sensación de que el tiempo corría más lentamente.     

  Allí los maleantes se reunían a organizar sus negocios y divagar entre sustancias. También les gustaba olvidarse por un momento de que su destino era matar, matar y volver a matar porque ellos ya habían muerto hacía mucho. 
A su líder le decían El Caimán, un gordo que siempre andaba en franelilla y cuyo organismo se había adaptado para fumar cigarrillos durante las 24 horas del día. Tenía bigote y un tatuaje de un pájaro mal hecho en el hombro izquierdo.     


  Por supuesto que no me gustaba ese sitio ni lo que significaba, sobre todo cuando planeaban a voz populi robarse algún carro en Alta Vista, secuestrar a la hija de alguien que viviese en Villa Granada o reclutar muchachos en los barrios de San Félix. Pero no podía hacer nada. Yo solo les cocinaba. Todos los días hacía kilos de espagueti, ollas inmensas de arroz con pollo, litros y litros de café. Estaba allí secuestrado pero no dudaba que cualquier día de esos me meterían un tiro por creer que lo tenía merecido, o solo para probar si una nueva 9mm funcionaba bien.  

  Sin embargo llegó la noche del 19 de abril y las cosas cambiaron. En ella el ambiente parecía más claro que de costumbre, la luna se mostraba como un farol que alumbraba la sabana llena de espíritus. Entonces, cuando debían ser las ocho y todos comían la cena frente al fuego, una luz apareció flotando en el cielo, una luz cegadora que se proyectada hacia nosotros. Podía ser un helicóptero, aunque no hacía ruido de aspas girando; quizás una avioneta, pero estaba suspendida en el aire sin moverse. Era un transporte distinto, extraño, hecha de metal oscuro como las almas de los hombres a los que iluminaba.      

  Estos se pararon inmediatamente, sacaron sus armas y cual desquiciados comenzaron a echarle tiros al aparato que los enceguecía.


  La nave ni siquiera se movió, solo quedó recibiendo las balas como si nada pasara. Ante la inmunidad del aparato llegó el caos. Todo el mundo comenzó a correr de aquí para allá, intentando perderse en los árboles y su noche. El Caimán sacó una granada y la tiró apuntando a la fuente de luz que seguía sin moverse. El proyectil explotó pero el efecto siguió siendo el mismo, la nave continuaba en el aire.     

 No sé qué pasaría luego pues la conmoción -o algo más- hizo que me desmayara. Desperté al día siguiente sin nadie estuviese cerca. Todo desordenado, mucho blanco tirado en el suelo, sin maleantes ni ningún caimán. Comencé a caminar hasta llegar a la autopista. Un camión que pasó aceptó llevarme gratuitamente hasta el siguiente pueblo.      

  ¿Cuántas cosas imposibles le pueden pasar a un tipo común en América Latina? Supongo que muchas porque acá nos acostumbramos demasiado rápido a lo fantástico.

  Para este punto el único lugar santo que quiero encontrar es cualquiera en dónde pueda estar sentado y sin que me molesten. Después de aquel evento del tercer tipo, no necesito más que eso. 





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