Ella explotó después de amarnos.
Gabriel García Marqués fue el maestro del Realismo Mágico y Woody Allen uno de los genios cinematográficos de todos los tiempos. Ambos son grandes referentes e inspiración en el proceso de crear mis historias; en esta se narra un romance que duró solo una noche. Se titula " Femme du feu", que en francés significa "Mujer de fuego".
Femme du feu
Conocí a una mujer kamikaze como las que encontraba Woody Allen. Fue en una fiesta de viernes en la que terminé por azares del destino. Desde que la vi llegar supe que esa muchacha era el elixir del caos, una criatura problemática con pupilas incandescentes, palabras rebeldes y la promesa de estrellar su avión contra mi pecho.
Fotografía obra de Juan Mattey. Fuente original Flickr
Nada de eso me importó realmente y comenzamos a conocernos. Ella, bohemia hasta la médula, hablaba de críticas sociales, de las cosas que están mal en el mundo, de Picasso y su light painting, de Tarantino y su manía por hacer tributos a las películas viejas. Yo, un bruto más, limitándome a ser un actor de primera categoría que asentía y disimulaba porque no entendía nada de lo que le estaban diciendo. Mientras discretamente se creaban supernovas en mi cabeza. Tal vez por los tragos, por el cigarro o por su olor.
Los engranajes hicieron clic entre nosotros y solo con sonrisas fuimos capaces de entendernos. Así nos fuimos de la bulla y de las luces que frenéticamente seguían en acción. Sin darnos cuenta ya estábamos en el balcón de mi apartamento mirando estrellas y diciendo algunas tonterías para hacernos reír.
Una cosa llevó a la otra y con todo el placer del mundo terminé recorriendo las veredas infranqueables de su belleza. Es entonces cuando uno se pierde por tanto sentir. Se pierde por beber del elixir del caos que ya en ese momento destilaba desde su cuello. Y no solo quedé perdido, sino también preso y bastante idiota por aquel proceso. Como si no hubiese vuelta atrás al atravesar la oscuridad de la noche, al estar con una mujer salida de la caja de pandora.
Perdí el conocimiento en algún punto de la madrugada estando entrelazado por sus piernas. Desperté con el cabello alborotado de caricias y marcas de labial.
Al girar buscándola, no encontré más que la marca negra de una explosión en su lado de la cama. Las sabanas y la almohada aún con brazas encendidas. No había muchacha ni ojos incandescentes, críticas sociales ni la promesa de otro beso. Ni siquiera un número de celular. Ella había explotado a mi lado fundiéndose con el todo. Y yo ahí, sin nada. Lo único que quedó fue un light painting en el que yo era Picasso y ella una silueta efímera fotografiada en mi memoria.