Historia o rumia

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La historia está condenada a repetirse. O, pongámoslo de otra forma: estamos condenados a presenciar la historia de nuevo. Una y otra vez. Como las ladillas, molesto enjambre, que siempre se repite en el pubis de los promiscuos, y estos, con cínica maestría, manifiestan sorpresa. Esto me genera desgano. Porque consentimos la repetición, una repetición sellada con una violencia pasiva, apática, que nada nos condena, pero que expiamos gravemente en la mayoría de las circunstancias. La historia es un monstruo: porque es espejo del hombre. Y esto me genera más desgano aún: nosotros, los monstruos. ¿Es acaso la historia odiosamente cíclica porque nosotros, los hombres, caminamos en círculos? No sé si se le pueda llamar «circulo vicioso». Prefiero decir que se trata de locomoción viciada. ¿Qué nos trae al punto en que toda traslación esté viciada? Qué no necesariamente el hombre camina en círculos sino que tiene un errático andar, nunca perece por el «yo» que asume y se dispone a andar en círculos o líneas rectas u oblicuas, cual reptante avanzando sigilosamente entre las sombras, mistificando el sonido de las pisadas para atribuirse, de esa forma, la figura humana que posiblemente avanza inanemente hacia algo. Nadie pensaría que un ser humano que se aproxima a algo o alguien, lo haga con la mala sangre de Saturno. Esto no puede decirse de un monstruo, pues, evidentemente sus fines no son sanos. Pero, si se es un monstruo por dentro, salvo que uno sea esa persona “espiritualmente elevada” para la que la superficie no significa nada sino sólo lo de adentro, no viéramos venir el ataque.

El eterno retorno de Nietzsche se me viene a la mente. Todo retorna. Por eso, quizá, los testigos de Jehová esperan con ansia el retorno de Jesucristo. O los naziskins de Verona ansían el retorno de Hittler para que retome aquel punto fatídico en la historia, nuevamente. O el Chapo Guzman esperando el retorno de su libertad. O los joviales vetustos ansiando el retorno de la movilidad articular para menear el bote. Aunque la historia tenga mucho de geronto, y nosotros mucho de innovación, algo, algo tan profundamente irrigado de potencias alucinatorias como la Ayahuasca, nos inhibe la visión; tanto, que terminamos viendo como absolutamente juvenil un geriátrico. Y ¡PUM! La historia vuelve a repetirse.

Si no se mira hacia atrás, el andar recorrido resulta profusamente difuso, perversamente difuso. Si no miramos hacia atrás, caminaremos hacia atrás, retornando eternamente hacia el apesadumbrado valle de tinieblas. Un caminar entre las anfractuosidades de la historia, esa Godzilla que todo una vez ha sido. No obstante, la historia es ingobernable, no se le puede cambiar, mas todo en ella, en tanto sus visualizaciones en vitrinas o relatos en tarimas, es completamente moldeable; esto podría augurar su repetición, ese eterno retorno visado en las prestidigitaciones que la modelan en mentiras. Retorna o muere: el hecho de que la historia sea ingobernable, entraña la concepción de su muerte; arisca y sola ¿Quién la podría querer? Y dado que muere sola, sus apéndices, aquellos historiadores que cínicamente apelan al olvido, ensombrecen el futuro con sus cenizas. Si esto es la trascendencia de la muerte, en el más allá, en el otro plano de existencia, nadie es culpable de nada de antemano.

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