Ayer después de muchos años viajamos con mis hijos a Madrid. Vivo en un pueblo tan pequeño que es impensable tener que correr para llegar a algún sitio. Vivo donde en tiempo está domesticado y los pies son el medio de locomoción; por lo que ir a una ciudad ha sido una gran aventura, estresante y cansada, pero había una razón para salir de nuestra burbuja, después de muchos años, el señor Víctor Caro, visita España desde Chile.
Por lo que entre todo el barullo madrileño y las mil historias que caminaban ayer por los andenes de Atocha, estaba nuestra historia, la de un encuentro.
Es increíble cómo la gente que vive en grandes ciudades se acostumbra a estar acelerada, mirando el reloj y los paneles ahí donde se marca la hora de la salida de los trenes, los madrileños nos miraban con lástima moviéndonos igual que “pollo sin cabeza” entre los andenes, mirando con incredulidad la ausencia de personas que atendieran a los viajeros perdidos.
El encuentro en el aeropuerto no fue a cámara lenta, ni con lágrimas. Ha sido como quien se ha visto el día anterior, un grupo de cuatro personas cansadas. Nadie nos trató mal, los trenes fueron puntuales, recibimos más de una sonrisa: pero queríamos volver a casa, con las viñas, el aire, la tierra.
Y al llegar a casa nos cambió el semblante, con Enric esperándonos con un estofado revigorizante y salieron los regalos de la maleta. Mi madre desde Chile aseguró su presencia en casa con “cuchuflís”, ropa y cortinas, no ha venido esta vez, pero cada detalle está impregnado de sus ideas y su mano.
Pero hoy, una imagen ha quedado en mi mente el ver a mis hijos compartiendo con mi padre, su abuelo. Comer juntos, pasear por nuestro pueblo… grandes historias nos esperan.
Ya sabéis un poco más de mi...