Veo como su cuerpo convaleciente circula entre lugares casi tan vacíos como él. Su búsqueda parece exhaustiva, pero no logro entender a qué está destinada.

Lo veo y solo recuerdo a un joven iluso y esperanzado que guardaba recuerdos en el corazón en vez de su cabeza. Quizás ahí estaba su problema, pues al verse herido este recipiente, deja escapar lo más puro de la esencia, las memorias que lo constituyen como individuo, que lo forman como ser.

Seguramente mi amigo tenia nombre o simplemente usaba uno, pero ahora solo decide ocultarse entre lo no identificado, entre lo no visible, lo no palpable ni apreciable. Las sombras pueden ser el peor refugio para una persona herida, porque nunca cura con el tiempo, sino que ensancha la herida que nos dejó el ultimo intento.

Me calma verlo inquieto, porque entiendo que lo que él desconoce de su búsqueda es un cúmulo de ganas por salir nuevamente a la luz, un cúmulo de ganas por escuchar a alguien más llamándolo por su nombre.

Y se hace inevitable el encuentro, nuestro sujeto entiende... descubre que resulta irreconocible hasta para él mismo.

Su búsqueda recupera el sentido y logra llegar al climax en este descubrimiento. La necesidad deja de ser "Escuchar al alguien llamarlo por su nombre" y comienza a ser la necesidad de reconocerse nuevamente como individuo, tener rostro y poder recuperar una identidad que aparentemente estaba perdida.

El encuentro con nuestra esencia es doloroso cuando vienes de un sendero donde te olvidaste de tus principios, donde las sombras te consumieron. Pero ahí está el verdadero reto, en reconocerlo y hacer las pases con lo que una vez fue nuestra preocupación más grande.