Los niños del Coltán

El pasajero que estaba sentado al lado en el vuelo Hamburgo Madrid era un hombre de unos cincuenta años, alto, delgado, con una mirada limpia detrás de sus gafas sin monturas. Abrió un libro con los bordes dorados y con una actitud religiosa casi entró en meditación. Cuando terminó, le ofrecí medio chicle con una sonrisa y después de aceptarlo comenzamos a hablar.

Era un misionero Inglés que había parado en Barajas para coger otro avión que lo llevaría al corazón de África, Kinshasa. Desde aquí, tendría que conducir un Jeep por unas cuantas horas hasta el final de la carretera donde un niño de doce años llamado Akeelah lo estará esperando sobre una bica para hacer otros quince kilómetros a través de una carretera polvorienta hasta La Misión.

—Llevo conmigo cinco mil libras esterlinas que hemos recogido en diferentes iglesias de Londres para ayudar con la construcción de los postes eléctricos —me comentó.

Akeelah tiene un hermano de ocho años que se llama Teófilo. Su madre está muy enferma de asma. Se le cierran los pulmones cada día cuando el sol se oculta. Su padre apareció muerto hace dos años en la zanja de una carretera no muy lejos de casa cerca del puente. Ahora, cada vez que pasan cerca, siempre se paran y rezan por un momento.

El pasajero le empezó a contar una historia sobre Teófilo y Akeelah justo en el momento en el que vio que sacaba mi nuevo Iphone6s.

“Los niños trabajan en las minas de Coltán mas de diez horas diarias y a eso tienes que sumarle las dos horas que necesitan para ir y volver a las minas. Y eso es en la estación seca. Cuando llueve, no pueden coger el camino habitual y muchas veces tienen que pasar la noche a la intemperie sin tener mucho que llevarse a la boca, eso sí, guardando el dólar que hicieron trabajando como oro en paño. Ese dinero lo usan para comprarle las medicinas que necesita su madre.

—¿Sólo un dólar al día? —Preguntó muy sorprendido
—Los niños un dólar, los adultos dos y sólo algunos adultos tres —respondió con la cara llena de resignación.

Continua con la narración y él le sigue casi sin pestañear, escuchando con atención cada episodio. Junglas, testigos de historias sobre los niños del Coltán, especialmente sobre Teófilo y Akeelah, su tenacidad y su fuerza de voluntad. Antes de aterrizar, el misionero le ofreció un pequeño sombrero que tenía y le instó a que le acompañara. “Anímate hombre, la generosidad hacia la gente menos favorecida es generosidad ante Dios. Él te recompensará por el bien que hagas a los demás.

—Ojalá pudiera padre, tus historias son muy inspiradoras pero ahora mismo tengo que dedicarme a terminar mis estudios de doctorado.

—No te preocupes, le respondió con una gran sonrisa. Charles Darwin quería ser un pastor anglicano y Dios lo guió por el camino de la Universidad. Los caminos de Dios son inescrutables.

Se dijeron adiós y se intercambiaron los mails.

Ayer recibió un mail muy perturbador. “Querido amigo: hace una semana hubo una crecida del rio que sobrepasó el puente de contención. Teofilo fue arrastrado por la corriente y se quedó atrapado entre los troncos de unos árboles. Su hermano intentó alcanzarlo de todas las manera pero era muy arriesgado. Estaban solos porque iban al trabajo y Akeelah no tenía teléfono. Que ironía, trabajar en una mina de Coltan y no tener un teléfono. No pudo encontrar a nadie, así que corrió al pueblo más cercano en busca de ayuda. Cuando volvió su hermano yacía muerto reposando casi levitando sobre las aguas.

Sólo quería compartir esta triste historia porque recuerdo que durante nuestro vuelo le conté muchas historias sobre estos dos niños. Espero que venga a visitarme y que pronto cambie de opinión acerca de venir una temporada al valle del Coltán.
Mira, una foto de los niños en una foto que tomé hace seis meses

Un efusivo saludo
Jose Luis Ormijana

Si quieres saber más acerca del Coltán, visita este enlace:

@gargon/spanish-english-coltan-el-mineral-preciado-coltan-the-coveted-mineral

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