«La injusticia y la inestabilidad en el espíritu de ciertos hombres, su desorden y su ausencia de medida son las últimas consecuencias de innumerables inexactitudes lógicas, de ausencia de profundidad, de conclusiones prematuras, de las que los antecesores se hicieron culpables».´
Aurora.
A la acción de transfigurar en microestados de un sistema existenciario –acción humilde, teresita, voluntaria– del “muero porque no muero”, de la distribución constelar de esos microestados corporales, de esta micropolítica del cuerpo que busca escaparse de la gobernabilidad, de la culturalización, de la masificación que produce singularidades, individualidades y reciprocidades genéricas, colocamos, en papel calca, el suicidio y lo trazamos en vertiginosas líneas filosas y sangrantes para crear el cuerpo cortado. Así el muero porque no muero es un acto revolucionario que evidencia los estados molares que atrapan al hombre y lo catapultan al vacío: punto de conflicto máximo en una situación de relajación existenciaria que se ha vuelto La Nada –el conflicto de la vacuidad versus la totalidad–. Es también genealogía hasta el punto ínfimo donde la Nada brilla mostrándonos ese conflicto puro.
“El suicida moleculariza mediante traslación: proceso de hibridez que “mueve” la oposición molar de lo propio y lo extraño, y la “moleculariza” hacia el espacio del entre donde se entrecruzan, se mezclan, se capturan mutuamente componentes hasta ahora incompatibles en la comprensión del proceso” (1). Proceso además frágil y laborioso: de la fragilidad del cuerpo pendular, del cuerpo roto, cortado, intoxicado, comprendemos que el ser humano ha logrado escapar de la formación del CsO dejándonos a todos con la inevitable incertidumbre acerca de los secretos motivos del Deseo, de ahí lo laborioso de precipitarse al No-deseo. No sólo ha dividido su cuerpo en órganos sino que lo vuelve microestados de muerte donde todo se ha detenido y ya nada fluye. Estática del poder. Microestática. Poder egoísta: ¿qué es eso si no somos sin lo otro? Estrategia fatal que se escapa de la Teoría –cómo entidad– y a la Inmanencia –como estado– como se escapa de la gobernabilidad, de la culturalización y masificación. Microestática de lo individualizado en totalidad esencial. ¿No es ese el sentido del suicidio y su genealogía hasta el punto en que se muestra la heterogeneidad de aquello que se imaginaba conforme a sí mismo? Pero esa heterogeneidad no es dinámica y no ejerce presión alguna de ningún tipo, sino estática y sin origen político, no hay escrito político y no confirma nada: ni represor, ni culposo, ni melancólico. Foucault no puede entender esto, Barthes tampoco; de hecho ningún francés podría porque entienden con los sentimientos y los sentimientos son cuestión de política y poder de política (2): cuando Heiner Müller critica a Foucault acerca de su pregunta: ¿qué revolución merece la pena a qué precio?, y dice que se trata de una pregunta de privilegiado está siendo asertivo y al mismo tiempo despectivo del intelectual de cafetería. Y no porqué Foucault carezca de la sensibilidad en su postura ante la identidad del ser humano en una sociedad de consumo sino porque ha crecido y vivido justamente en una sociedad de consumo y no niega la genealogía inherente a este hecho: vive su política. Dice Müller: […en una población expuesta inmediata y cotidianamente al fuego graneado de la publicidad que presenta las maravillas del capitalismo como vedado jardín de las delicias no paga con júbilo su contribución para el afianzamiento del futuro, la información total se convierte en factor de estabilidad y cementa el statu quo, cuando no puede ser traducida en praxis. El mundo de la mercancía desborda, se derrama y perfora el futuro como una presa agujereada a dentelladas, hasta que los agujeros pasan a ser la imagen que se muestra...] (3), heterogeneidad del cuerpo desarticulado a dentelladas que Foucault ataca desde todos los ángulos posibles contemplados por la política que, en él, es una historia, una historia del sujeto, de su sexualidad, de su enfermedad mental, de sus sistemas fascistas. Y continua Müller: [Si no hay otra elección, prefiero el canibalismo de los vivos al vampirismo de los muertos] (4).
Para Foucault la Teoría no es una cuestión de rebelión revolucionaria sino de crítica de los orígenes del sujeto, del cuerpo enraizado en éstos: [El cuerpo –y todo lo que se relaciona con el cuerpo, la alimentación, el clima, el sol– es el lugar de la Herkunft (5): sobre el cuerpo, se encuentra el estigma de los sucesos pasados, de él nacen los deseos, los desfallecimientos y los errores; en él se entrelazan y de pronto se expresan, pero también en él se desatan, entran en lucha, se borran unos a otros y continúan su inagotable conflicto… El cuerpo: superficie de inscripción de los sucesos (mientras que el lenguaje los marca y las ideas los disuelven), lugar de disociación del Yo (al cual intenta prestar la quimera de una unidad substancial), volumen en perpetuo derrumbamiento. La genealogía, como el análisis de la procedencia, se encuentra por tanto en la articulación del cuerpo y de la historia. Debe mostrar al cuerpo impregnado de historia, y a la historia como destructor del cuerpo.] (6) Disección del cuerpo a través de la fragmentación histórica, hermenéutica, genealogía del conflicto trágico.
Para Müller en cambio, alemán de la RDA, la revolución es una cuestión de potencia y compromiso social y vomita en cada ensayo, en cada texto, el conflicto a través del lenguaje que es herramienta revolucionaria: dinámica de las frases muertas, él mismo acepta que la obra tuviera tantas palabras como un directorio telefónico (7), al final también es un cadáver siendo disecado meticulosamente. Así, lo mismo podríamos decir del laconismo de Heiner Müller cuando confiesa que ante la falta de opciones prefiere el canibalismo al vampirismo. También es el discurso del alienado que se está constituyendo en CsO, consistente con la inmanencia del Deseo de la macropolítica totalizada. El privilegio alemán de su estructura estricta y disciplinada. Privilegio brutal de la unidad, de los Estados políticos, de la macropolítica del compromiso social. Pero Müller no se comería a sí mismo aunque viera la miseria de su pueblo –y aun así, si lo hiciera, comerse a sí mismo no es lo mismo que matarse a sí mismo–. Así los Estados políticos que gobiernan a fuerza de poder, de culturalización y de masificación ideológica que arremeten contra el otro, contra la alteridad que no es Yo que está siendo en su micropolítica foucaultiana: un Yo disociado que sí es peligroso para los sistemas totalitarios. Contra la administración teórica del poder en microfragmentos, la brutalidad ideológica del poder en palabras, pedazos de palabras. Son macroestados, macroesferas alienadas que pintarrajeamos de micros y densidades molares, pero no deconstruimos hasta la molécula o más allá, donde la molécula pierde sustancia, que es donde radica el conflicto: en la ausencia intuitiva de sustancia. Nosotros hablamos de microesferas, de microestados que se exponen a través de sistemas suicidas autónomos, deconstrucción del logos en entropía. Y a mayor número de microestados en un sistema necrófilo, mayor entropía; y ante la exponenciación de la entropía sólo refulge en su belleza: lo asocial, lo anómico, lo apolítico, lo alógico. Esa clase caos no la entiende ni Michel Foucault ni Heiner Müller que guardan en su esencia un principio, El Principio. Esta clase de revolución no la alcanzan a comprender porque no es social, no guarda la apariencia ni la simulación de lo social: es profundamente antisocial –asocial–, es alógica, es anti-estructural.
A la pregunta de Foucault acerca de qué clase de revolución merece la pena a qué precio yo le respondería mostrándole el cuerpo pendular, cortado, intoxicado hasta la muerte pero tampoco lo entendería porque su pensamiento es político. El suicida escapa de lo social, se burla de lo social y, por lo tanto, de lo político, por más que quieran insertarlo en ese contexto, clasificarlo, etiquetarlo en entidades molares como lo hace Durkheim. El suicida va más allá: se constituye en microesferas de entropía pura, extático en su estaticidad y aun escapa del objeto porque, como Durkheim mismo lo define, el suicidio es voluntario, es una cuestión de un sujeto que afirma su voluntad de matarse. También en Durkheim se esconde para escapar de él.
En los sistemas descritos por Foucault, y aun por Müller, es la política seudo-entrópica del fenómeno lémur, de los sistemas bursátiles explicados por Soros, donde la masa –colectivo en estampida– se precipita al barranco. No se trata de un acto revolucionario sino de un acto ideológico, cultural, social, ritualístico o sacrificial. En el suicidio, contrario a lo que se pretende hacer ver, no hay ideología, no hay cultura, no existe lo social, no hay ritual necrológico. Habría aquí también que diferenciar la inmolación –por ejemplo, el Seppuku, que obedece a una violación del código– del suicidio que no tiene código y no guarda sentido social sino de autonomía y logos. Cosa diferente es Yukio Mishima que se inmola como acto de protesta frente a un Japón humillado que Ernest Hemingway que se dispara con una escopeta sin dejar un recado, una nota cortésmente firmada. En Mishima el conflicto se enfrenta desde una posición radicalizada que hace que el conflicto brille y se perpetúe en las generaciones posteriores a Yukio como maldición y condena –sentido mismo de la tragedia griega en cual no tienen derecho al suicidio sino a la metempsicosis de tal manera que lo social y político pueda continuar devorando al sujeto–; en Hemingway el conflicto ha sido borrado hipertélicamente eliminando lo molar del cuerpo que ya no le servía de espacio de contención y que paradójicamente lo precipitaba al vacío existenciario. Y aún así –¡paradojas del destino!– en su muerte lo social lo absorbe y es sepultado religiosamente por considerarlo mentalmente insano. Su lápida tiene inscrito un elogio del mismo Hemingway a un amigo: Best of all he loved the fall/ The leaves yellow on the cottonwoods/ Leaves floating on the trout streams/ And above the hills/ The high blue wind less skies/ Now he will be a part of them forever. Hemingway tendría muchas razones para suicidarse –no lo sabemos–, racionalización de conflictos del alma humana, proyección en la escopeta Boss & Co. que perfora su cráneo y lo mata, negación de su postura poética fundamental hacia la vida y al muerte, odio y desprecio ante la existenciaridad. No lo sabemos. Sabemos se suicidó y que, paradójicamente, póstumo a su acto, es sepultado conforme a las costumbres católicas porque hasta el suicidio suplanta a lo social, muy a pesar de que la iglesia acepte –como lógicamente es de esperarse– que es completamente antisocial. Pero aquí el suicidio es ese objeto maligno baudrillardiano, demiurgo que suplanta a lo social por más que lo social insista en absorberlo para no revelar el secreto más celoso: el verdadero sentido del conflicto. Y tampoco se trata de un hecho afectivo o bioquímico, y es de una torpeza absurda querer relacionar lo afectivo con el suicidio –o debilidad de carácter o trastorno de personalidad: ¡patrañas!–. ¡Cientos de miliCoulomb de carga liberada en terapia electro convulsiva, gramos de antidepresivos o neurolépticos no borrarán el suicidio como acto aristotélico! Podrán robarle su afecto, su estado de ánimo patológico pero nunca el deseo de morir que obedece a una ontología existenciaria, a una oncometafísica. Y podríamos inclusive decir que el suicidio atrae como Principio –aunque no lo hay–, pero no por bondad, sino porque refulge en la intuición inquietante de esa metafísica, de ese secreto irrevelable del conflicto.
Dice Foucault: […El dominio, la conciencia de su cuerpo no han podido ser adquiridos más que por el efecto de la ocupación del cuerpo por el poder: la gimnasia, los ejercicios, el desarrollo muscular, la desnudez, la exaltación del cuerpo bello..., todo está en la línea que conduce al deseo del propio cuerpo mediante un trabajo insistente, obstinado, meticuloso que el poder ha ejercido sobre el cuerpo de los niños, de los soldados, sobre el cuerpo sano.] ¡Qué poder, que voluntad del cuerpo ocupado por el poder! ¡El cuerpo nunca ha sido ocupado por nada! El poder de/en el conflicto es anulado desde el momento en que el mismo suicida carece de contingente –no necesita el cuerpo, ni su historia, ni su política: como el famoso «muero porque no muero» de Santa Teresa o el «Pues incluso el infinito es muerte, / infinito es el nombre de un muerto / que no está muerto» de Derrida–, desde el momento en que se yergue como entropía, ese es el legado del suicida; su sin-sentido, como el de Hemingway, y del hecho de que ese sin-sentido sea traducido posteriormente en lágrimas, sepelios y epígrafes elegíacos y pastosos; en hechos sociales de coerción, como la reclusión psiquiátrica, las explicaciones psicoanalíticas y los ensayos experimentales de moléculas asociadas al acto suicida, su impulsividad o defecto neuroendocrino: su genealogía y consecuencia; todo ello es política que busca confirmar –asegurar, aprehender– estados de agenciamiento de lo inmanente y lo teórico que no hay en el suicida que es el acto teresita o derrideano.
1.- Presentación. Atenea N° 493 – Primer Sem. 2006: 6-8. Mario Rodriguez.
2.- De la teoría de Jung acerca de las cuatro funciones de la conciencia, donde el pensamiento, la sensación, la intuición y el sentimiento. De hecho hace referencia al sentimiento francés comparándolo con el sentimiento alemán. Vease Los Complejos y el Inconsciente. Carl G. Jung.
3.- Y mucho /como sobre los hombros una carga de leña / ha de ser mantenido. Heiner Müller, 1979
4.- Idem.
5.- Procedencia.
6.- Microfísica del Poder. Michel Foucault
7.- El horror como esperanza. Juan Villoro.
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