Conocer por semejanzas.
Cada quién se imagina el mundo de acuerdo a lo que ha conocido. No hay otro modo. Son los recuerdos de nuestras vivencias los que dan la materia prima para la formación de las ideas. Eso nos hace especiales, únicos, pero también nos confronta con una dificultad: tendemos a pensar que lo imaginado por nosotros también tiene un equivalente en el pensamiento ajeno.
Yo nací cerca del mar. Desde niño, el mar y yo establecimos una amistad que dura hasta hoy. En aguas marinas aprendí a nadar, saque mis primeros peces, conocí amores, me hice hombre. Por momentos me he distanciado de las bondades que brinda esa gran extensión de agua salada. Pero siempre vuelvo a ella.
Click on the image to see it larger - Haz clic en la imagen para ver más grande * **
Que todo el mundo conociera el mar era para mí lo más natural. Creo que hasta el final de la adolescencia no había espacio en mi imaginación para pensar que existieran personas que no lo conocieran. ¿Ignorancia? Tal vez. Siendo menos severo, pudiera decir que era la manera ingenua en que se ve la vida cuando somos niños. Hoy, lo poco que he aprendido me lleva a otras conclusiones. No me cabe duda que también operaba en mí, cierto impulso natural a creer que son comunes las ideas que pensamos. Quizá por esa forma de pensar fue que me impacto tanto lo ocurrido con una tía bastante mayor. Ella tendría algunos setenta años y yo unos once. Vivía ella en el campo, por las serranías que marcan los límites entre Lara y Falcón. Era una pariente lejana, poco conocida, de las que se habla rara vez en alguna conversación de sobremesa. Un familiar que poco se frecuenta por algún motivo incierto. Un día vino mi tía de visita a nuestra casa en Caracas, creo que por cuestiones de salud. Mi padre, para celebrar su llegada planificó una ida a la playa, a Macuto. La tía aceptó la invitación sin ningún tipo de sorpresa y con mucho agradecimiento. Creo que ninguno de los de mi familia llegó a pensar en ese momento que la tía no sabía lo que era el mar. La imagen nunca ha querido abandonar mi memoria. En ocasiones, cuando estoy desprevenido, me viene a la mente la escena donde aquella señora de setenta años, enfundada en una gran batola haciendo las veces de traje de baño, saltaba agarrada de mi mano como si fuese una pequeña chiquilla. Pocas veces había visto a alguien tan alegre y sorprendido. La tía saltaba, chapoteaba en el agua, iba y venía, hacía agujeros con los pies en la arena, aplaudía… De lejos, cualquiera hubiese pensado que había perdido la razón. Era mi tía la máxima expresión de un espíritu puro e ingenuo.La regla del pensar natural.
La realidad reta al pensamiento.
Luego, ya de hombre, viví otra escena similar pero de una intensidad mucho menor. Me estrenaba yo de profesor en el pueblo de Mariara, cerca de Maracay. Un día le digo a un grupo de mis alumnos, muchachos adolescentes, que hiciéramos una excursión para Cata. Me sorprendió que ninguno de ellos conociera el mar.
De ese viaje guardo gratos recuerdos. La imagen vívida de aquellos muchachos, con su cara de sorpresa ante la inmensidad del mar, ha resistido el paso de los años.
Las reglas del pensar se mantienen.
En estos días quise hacer una prueba, le conté a mi nieta de ocho años ambas historias. Me miró con cara de perplejidad, de asombro. Quizá, hasta pensó que el abuelo le estaba jugando una broma, que se estaba burlando de ella. En su inocencia me dijo: abuelo, tú si inventas, ¿Cómo alguien no va a conocer el mar?
Click on the image to see it larger - Haz clic en la imagen para ver más grande * **
Me reí de su respuesta, me recordó aquel niño que fui yo respondiendo lo mismo en circunstancias parecidas. ¿En qué se pareció mi pensamiento al de mi nieta?, me pregunté. La respuesta no fue difícil, ninguno de los dos pudimos pensar la diferencia. Nuestra mente conserva normas rígidas que se mantienen a lo largo del tiempo. Para los humanos, pensar la diferencia supone un gran reto mental. Todo nuestro pensamiento se mueve con más comodidad buscando semejanzas, de ese modo construimos la realidad. A partir de lo conocido. Reflexionando sobre esas historias aprendí que debo ser más prudente con mis ideas. Asi como yo creía que todos conocían el mar, es probable que otro suponga que yo debo saber lo que él conoce. Es muy fácil situarse en un pensamiento erróneo que nos dificulte la comunicación. Vale la pena estar atento con todo aquello que nos luzca natural. Gracias por su tiempo.La dificultad de lo diferente.