Corren tiempos difíciles para los padres. Las viejas fórmulas de crianza usadas por nuestros abuelos lucen obsoletas. Encaminar a los hijos en el largo proceso de convertirse en personas se ha vuelto un problema serio. La realidad es demasiado compleja. Pero si ya dimos el paso, si ya trajimos los hijos al mundo, no queda otra, hay que actuar.
La crianza como problema.
Sobre la crianza podemos hablar desde muchas perspectivas. Desde el ámbito de las especialidades, del mundo académico, de los expertos. O desde el ámbito de la vivencia, de la experiencia del día a día con nuestros hij@s o nuestr@s niet@s. Creo que las dos perspectivas son válidas. Desde las dos hay cosas que decir.
Les voy a comentar mi punto de vista como abuelo, sobre lo que voy observando en la crianza de mis nietas y la de los amiguitos que comparten con ellas.
He notado tanto en los padres de l@s amiguit@s como en mis hijos, no lo voy a negar, que se le da poca importancia al asunto de los límites. Parece que no hay suficiente convencimiento de que al niñ@ hay que fijarle normas.
Normas y límites en la crianza.
Lo de las normas no es opcional en la crianza. Los seres humanos nacemos a un mundo regido por un conjunto de normas y comportamientos aceptados de modo consensual para poder vivir civilizadamente. Cada un@ de nosotr@s se mueve dentro de unos límites que hacen posible la convivencia con el otro, no puede ser de otro modo. Si no hay límites entramos en el terreno de la anarquía, del sálvese quien pueda.
El niño cuando nace no conoce nada de eso, la manera de aprender las normas es mediante el aprendizaje. Son los padres los que tienen la responsabilidad de enseñarle, sobre todo cuando son pequeños.
Si algo caracteriza a nuestro tiempo es el relativismo, se ha gritado a los cuatro vientos que la realidad es la medida de cada quién, lo que cada quièn opina y punto, el viejo dicho de que "cada cabeza es un mundo" se ha extendido en todos los sectores de la sociedad. Por supuesto, que son formas de pensar respetables y legítimas, pero conllevan una serie de riesgos, sobre todo cuando tocan aspectos como la crianza de los niños.
Dejar hacer, dejar pasar.
Una de las creencias que más se ha extendido, en medio de este clima epocal, es que el niño debe vivir en un mundo de puro placer, de pura experiencia lúdica. Según esto, no se debe contrariar la voluntad del niño, hay que dejarlo que él vaya aprendiendo poco a poco, sin presión, a su ritmo. Los padres creen que contrariar la voluntad del niño es someterlo al maltrato, o peor aún, irle creando algún trauma. Creen que flexibilizando la constancia y la disciplina están resguardando al niño. Para mí, están en un grave error.
Ningún proceso de maduración del niño le va a traer en forma automática el aprendizaje de las normas y los límites para la convivencia. Hay experiencias de niños criados sin contacto humano y su comportamiento no los habilita para vivir en sociedad. No tuvieron quièn los enseñara a vivir civilizadamente.
Más vale corregir a tiempo que...
Al niño cuando no se le ponen límites precisos va desarrollando una mentalidad arrogante y egocéntrica, poco propicia para relaciones sanas de convivencia. Son niños a los que les cuesta compartir porque en su cabeza no se ha formado la idea de que el mundo es él con los demás, no él solo. Se están criando para el aislamiento y la soledad.
Mucho les comento a mis hijos que se dejen de tonterías. El niño no debe pensar que el mundo es sólo placer y juego. Los niños también deben saber que existe el sacrificio, la disciplina, la constancia, el dolor y el sufrimiento, porque todo eso es parte de la vida, no son inventos de alguna mente retorcida.
En todo nuestro andar nos vamos a conseguir con las cosas buenas, con las regulares y con las malas. Desde pequeños tenemos que aprender a lidiar con eso, forma parte del aprendizaje de la inteligencia emocional.
De modo, que no tengan miedo: corrijan a sus hijos, enséñenle disciplina, enséñenle constancia y dedicación. Lo más probable es que de adultos se los agradecerán.
Gracias por su tiempo.