Inspírate con los Steemians

En muchos posts leo con frecuencia sobre la dificultad de encontrar temas para escribir. Esto suele suceder cuando nos proponemos escribir casi a diario; en tales circunstancias es normal que se nos presente una sequía de ideas. Sin embargo, una lectura atenta de lo publicado por nuestros compañeros puede servir de inspiración para encontrar de nuevo el camino a la escritura. He aquí un ejemplo.

Este texto surgió de la lectura de un post del amigo @rdelgadop, allí el autor escribió lo siguiente:

No existe la palabra Rosa en mi lenguaje autóctono; existe la palabra flor que se dice darikú (acentúo intencionalmente, aunque no lleva la tilde). Cuando escuché que existía una planta llamada Rosa de la Montaña eso me llamó la atención. Pregunté cómo era esa planta.”

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En esas breves líneas están presentes los problemas fundamentales de la manera humana de comprender el mundo. Cualquier hermeneuta escribiría largos textos, sacándole punta a esa declaración. Yo, en cambio, sólo les voy plantear algunas reflexiones sobre los límites de nuestra manera de conocer.

Escribo con la intención de hacer un llamado a la prudencia. Estamos acostumbrados a pensar que podemos nombrar todas las realidades con las palabras que hemos creado. Esto es parcialmente cierto, nuestras palabras no sirven para todo el mundo, no dicen lo mismo a un africano, a un japonés o a un alemán, por nombrar sólo algunos de los muchos pueblos del mundo. Cada palabra es creada en una tradición cultural y allí tiene sentido, en ese contexto. ¿Cómo hablar de rosas en una cultura donde no existe esa palabra? Leamos a ver dónde llegamos.

Lenguaje y cultura.

Cuando nacemos no llegamos a una realidad vacía. Cada uno de nosotros nace a un mundo cultural. Todos los que han existido antes de nosotros, nuestros ancestros, han dejado con cada una de sus vivencias su granito de arena para hacer posible la consolidación de ese microcosmos humano al que cada uno pertenece. Para bien o para mal todos tenemos un mundo, nuestro mundo cultural.

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La realidad humana es una realidad cultural.

Desde antes del nacimiento cada uno de nosotros va aprendiendo el conjunto de significaciones con las que va a realizar la valoración de la realidad hasta el fin de sus días. Cada dato de la realidad lo asimilamos como un significado. De ese modo aprendemos a preferir olores, sabores, colores, alimentos. Aprendemos a expresar o reprimir sentimientos, a valorar la amistad y todo lo que tiene que ver con la manera de relacionarnos con otros, nuestra sociedad.

Nos movemos en un mundo de significados

Todo, todo, todo nuestro entendimiento está anclado en un entramado de significaciones producidas culturalmente. Conocemos el mundo a partir de huellas culturales creadas por nuestras formas de vivir.
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Ahora bien, ese mundo cultural, que no es más sino un gran sistema de representaciones mentales, está sostenido por un pilar fundamental: el lenguaje.

Lenguaje y significación.

De las premisas anteriores se derivan una serie de consecuencias. Si nuestro mundo es un mundo cultural, entonces nuestra manera de representarnos la realidad también es cultural. Por consiguiente, nuestro lenguaje también es cultural. Como consecuencia tendríamos un problema bastante serio: nuestro lenguaje sólo sirve para hablar de una realidad particular, la nuestra, no la de toda la especie humana. ¿Entonces, cómo podemos entendernos? ¿Recuerdan la leyenda de la Torre de Babel?

Son muchas las maneras de nombrar el mundo.

No me voy a detener en las implicaciones teológicas de la historia de la Torre de Babel, me voy a servir de esa leyenda, conocida por todos, para continuar con mi planteamiento de cómo el lenguaje humano es vehículo de comunicación y al mismo tiempo barrera para el entendimiento.
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Relacionemos las palabras y su contexto.

Tomemos por ejemplo tres colores: verde, ocre y blanco. Si lo consideramos en abstracto, sin un contexto específico, pudiéramos decir que son fenómenos producidos por la descomposición de la luz, lo que llamamos color. En el lenguaje de la física nos dirán que es la longitud de onda de la radiación luminosa que impresionó nuestro sentido de la vista. Según esto, todos deberíamos apreciar más o menos lo mismo cuando nos referimos a tal o cuál color. ¿Será realmente así?

Pero, qué pasa cuando ponemos a una persona del trópico y a una persona del Sahara a hablar de verde. ¿Estarán hablando de lo mismo? ¿De cuántas cualidades de verde podrá hablar el del trópico? Y si los ponemos a hablar sobre el ocre. ¿Puede entender el del trópico la cualidad de ocres que tiene el hombre del desierto? ¿Se podrán acercar estos humanos a alguna idea que ponga en común lo que es la significación del color en la vivencia de cada quién? ¿Hay posibilidades de entablar un diálogo?

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La dificultad para el entendimiento.

¿Y qué pasa con el blanco? ¿Podrá apreciar el del trópico o el del desierto toda la significación del blanco, tal como la aprecia un esquimal? ¿Hay dificultad para el entendimiento? ¿Es un cuento la historia de la Torre de Babel?

Y cada interrogante abre muchas más: ¿Qué pasa si en vez de colores hablamos de sentimientos? ¿Se vuelven más difíciles las condiciones para el entendimiento?

Como ven, el asunto se volvió bastante complejo. Sólo he querido plantearles un marco de referencia para ubicar el problema del entendimiento humano, de romper la Torre de Babel. Recordemos que el escrito lo inicié a partir de una observación de la realidad: ¿Cómo hablar de la Rosa en una cultura que no tiene esa palabra en su universo vocabular? Esto nos lleva al problema de las equivalencias, de la traducción, pero eso lo desarrollaré en un próximo escrito

Gracias por su tiempo.

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Todos tus comentarios son bienvenidos en este sitio. Los leeré con gusto y dedicación.

Hasta una próxima entrega. Gracias.

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Todas las fotos son de mi autoría.

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