Desde que Caín mató a su hermano Abel, según cuenta el libro que explica el principio de todo, una maldición cayó sobre el ser humano: la guerra, el ataque, y por lo tanto sus preparativos como la defensa, por si acaso.
Cuando los arqueólogos y paleontólogos escudriñan piedras mejor o peor talladas, dientes caninos o muelas del pleistoceno o calaveras de homínidos, y encuentran
cualquier monumento inexplicable construido con grandes
piedras, inmediatamente se les ocurre recurrir al mito y al carácter religioso del “homo constructor”, sea el monumento megalítico más famoso del mundo, el crómlech de Stonehenge, en el condado de Wiltshire, (Inglaterra),
o el dolmen de Antequera o el recientemente encontrado por científicos de la Universidad de Tübingen en el sur de España, en Carmona, un pueblo de la provincia de Sevilla.
Lo más normal es que los grupos humanos que las construyeron no tuvieran mucho tiempo para pensar más que en la propia subsistencia y la propagación de su especie, para lo cual tendrían que guardar a sus hembras y a sus proles es lugares seguros. ¿Quién nos puede asegurar que hace cuatro o cinco mil años, tanto las tierras cercanas a Stonehenge como las cercanas a Carmona, no tuvieran cerca árboles robustos de donde sacar vigas para cubrir tales monumentos con tierra encima y dejando unos agujeros como salidas y entradas? Sin ir más lejos no hace más de cinco siglos, ayer como quien dice, las riberas del río Tajo en Toledo eran selvas frondosas de árboles inmensos, nos cuenta el testigo presencial Garcilaso de la Vega.
Más difíciles y laboriosas que las defensas de Stonehenge han sido las ciudades subterráneas de Derinkuyu en el centro la actual Turquía, excavadas en la roca hasta once pisos superpuestos llegando a unas profundidades insospechadas —casi llegando al magna incandescente, diría un supuesto imaginario—,
y selladas con puertas redondas para poder abrir y cerrar rodándolas. Quizá, puede ser que ante el miedo al enemigo, en algún lugar apartado también algún devoto levantara un altar a sus dioses para elevar súplicas y plegarias, pero el fin primordial de estas edificaciones como el resto de las citadas es que haya sido para guarda y defensa.
Menos mal que a nadie se le ha pasado por la cabeza la ocurrencia de atribuir a las ciudades subterráneas de Derinkuyu una finalidad de culto a los infiernos, pero alguno ha estado tentado para alcanzar notoriedad y misterio.
Lo más normal no es pensar en Aspectos de contemplación filosófico-teológica sino en defensa y guarda de otras tribus enemigas.
Dentro de cuatro o cinco mil años, ¿ qué será de las murallas de Astorga, que se construyeron para el mismo fin de guarda y defensa? Quizá algún experto de la más excelente universidad selenita suponga, imagine y dé como ciertos los sacrificios a los dioses en el siglo XX en cada cubo de las murallas; y suponga también vestales con antorchas guardando la virginidad de las púberes zaragatas para darle un toque más atractivo, mientras que el sumo sacerdote, mirando al Teleno entonaba himnos al son de trompetas elaboradas con cuernos de vacas porque encontraron al lado de las piedras derruidas una jaba, que es el cuerno que han utilizado los segadores para meter la piedra de afilar hoces y guadañas en aquel siglo XX tan antiguo. Pero no, lo más seguro -le dirá un "inexperto"- es que las murallas de Astorga se construyeran en cualquier siglo para defenderse de los enemigos, y el dichoso cuerno sería una vasija para cualquier uso cotidiano.
Menos mal que a nadie se le ha pasado por la cabeza la ocurrencia de atribuir a las ciudades subterráneas de Derinkuyu una finalidad de culto a los infiernos, pero alguno ha estado tentado para alcanzar notoriedad y misterio.