El Enigma de Baphomet. Novela. (27)

La historia de Rechivaldo, desde la entrada al Temple hasta la fuga, había sido tortuosa. Para llegar al Santo Sepulcro lo destinaron a una galera de Chipre hacía unos años, pero en Tortosa, próximo a embarcar, cambió de rumbo: el Maestre trastocó otra vez los planes iniciales para que fuera a un castillo en Caravaca, al sur de Aragón, por sus dotes en la lucha cuerpo a cuerpo. Tenía fama de valiente por haber sido un luchador de éxito. La verdad es que todos los caballeros templarios eran fuertes y sufridos, con una resistencia a prueba de hambre durante un mes seguido.
Del caballero Rechivaldo se había oído hablar en los castillos de Occitania por haber sido el ejemplo de constancia en las curaciones imposibles. Incluso los mejores médicos del Temple, como Ferrán Gotier, no supieron nunca el porqué de las mismas, y solo se atribuyeron a milagros. El mismo Jacques de Molay, Gran Maestre del Temple, convocó a los médicos de París para dar una explicación a sus curaciones, y no llegaron a conclusiones ciertas.
Rodericus le recordaba constantemente que todas las victorias se habían alcanzado en fechas nueve y dieciocho, hasta su día fatídico, el 2 del 11 (dos de noviembre): —“y dos más once es igual a trece, fecha en la que caíste gravemente herido —le decía—: además, un día de difuntos, mala fecha para arriesgar la vida”.
Los más ignorantes, según él, lo despreciaban diciéndole que su “visión excelsa” de los números era machacona cabezonería.
Rechivaldo había defendido al rey Fernando IV de Castilla,

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quien ahora lo perseguía a muerte. Por aquellos días, Castilla y Aragón se disputaban el reino de Murcia y andaba en litigio la frontera a lo largo de las riberas del río Segura. Como era un maestro con la daga,

Captura de pantalla 2017-08-21 a las 11.55.26.pngle fueron encomendadas misiones arriesgadas de neutralizar vigías del castillo enemigo. Así, una noche, tuvo que matar, uno a uno, a todos los centinelas de las garitas sin hacer el más mínimo ruido tapándoles la boca y ahogándolos antes de clavarle el estilete hasta el corazón, por el lado izquierdo, porque era zurdo. Aunque su verdadera especialidad era la lucha de frente, driblando al contrario con dos movimientos de cintura, siempre terminaba la faena en el costado izquierdo después de tenerlo cogido por detrás atenazando sus muñecas. Se decía que tenía un músculo más que el resto de los mortales en cada brazo.
Pero lo que nadie supo después, fue lo que Martín y Rodericus comprobaron: cómo era en su interior, cuáles sus sentimientos y cuál su comportamiento cuando la justicia lo perseguía para ejecutarlo. Es verdad que era único matando con su estilo propio; y aunque trató de enseñar su técnica, nadie pudo imitarlo y no logró hacer escuela en el Temple de Ponferrada, pese a que lo había intentado para ser más considerado y reconocido.

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