Asesinato en Hollywood | Cuento

-¡Orden!, ¡orden en la sala, ¡Silencio!-

Gritó el juez, mientras con un fuerte golpe de su mazo intentaba acallar, con poco éxito, la algarabía suscitada en la corte ante la reciente confesión del enjuiciado. Hubo que echar mano a las fuerzas del orden público para que, mediante gritos y amenazas de encarcelamiento pudiese contener a la enardecida turba.

-¡Prosiga con la confesión!-, ordeno el juez al reo

-¡Muchas gracias su señoría!-, entiendo la turbación de los asistentes, pero si me lo permiten, les ruego escuchen el relato de cómo sucedieron los hechos y las razones que me llevaron a tomar tan dramática decisión.

Ese fatídico día, me levanté a las 5:00 de la mañana como acostumbro desde la universidad, para realizar mi rutina de ejercicios…

-¡Ehhh disculpe!-, lo interrumpe el juez. ¿Es usted universitario?, ¿por qué no consta en el registro?

Si, por supuesto -Contestó el reo-. Tengo un doble doctorado en física y derecho en la universidad de Harvard, mi padre quería que fuese científico y mi madre abogado, yo como quería ser actor estudié artes escénicas en Yale. Debido a un contrato de exclusividad y confidencialidad firmado con el estudio para el cual trabajo, esa información no puede salir a la luz pública, salvo orden expresa de un juzgado como la que usted acaba de hacer.

-¡Que quede asentado en el registro!-, ordenó el juez.

Con su venia continúo señoría, expresó el acusado.

-¡Adelante!-

Como le comentaba, mientras me ejercitaba pensé en el momento cuando lo conocí; sencillo, básico y demasiado parco para mi gusto, pero no me causaba repulsión alguna, al contrario, aunque debo reconocer que me sentí un poco defraudado al enterarme que le habían entregado el papel en su primer “casting”, cuando a mí me tomó por lo menos unas cinco audiciones.

Nuestros personajes eran totalmente opuestos, de hecho, antagonistas. Siempre pensé que debía poner todo de mí para darle esa fuerza interpretativa que requería mi personaje, aunque mi contraparte hiciese del papel de estúpido de forma tan natural, casi sin proponérselo.

Fueron muchos años esperando un cambio en el libreto, saltar del teatro a la pantalla chica fue bastante traumático para mi, sobre todo para hacer ese personaje, al principio pensé que era lo que se acostumbraba, que como novato, debía acostumbrarme a los papeles insulzos, recordé entonces lo que he enseñado durante años a los empleados de mi empresa: permanecer siempre humilde y constante.

Diariamente soporte vejaciones, burlas, maltratos, incoherencias en el guión, improvisaciones e incluso reiteradas ofensas de mi contraparte, llego el momento en el que dejé de pensar que mi compañero actuaba como si fuese idiota, para entender que era definitivamente lo era, un ser hueco definitivamente.

Con transcurrir del tiempo me di cuenta, que mis ganas de matarlo fueron sobrepasando los límites de la actuación y se fue generando en mi un placer morboso, muy intenso, cada vez que imaginaba su deceso como conclusión lógica de alguno de mis actos. Sin embargo, diariamente tenía que ver la cara de burla de aquél estúpido compañero que fue llenando de resentimientos, mi hasta entonces hermosa vida.

Ese día no lo soporté más señor juez, enardecido, encolerizado, abusado y ofendido en mi intelecto, movido por el más firme propósito de demostrar cuan estúpida puede ser la pluma en manos de un guionista mediocre, le grité: ¡corre!, mientras le apuntaba con un revólver, esta vez cargado con balas de verdad, le repetí de nuevo: ¡corre idiota!, pero solo ladeo su tonta cabeza y con ojos inexpresivos y una mueca burlona se atrevió a desafiarme.

-¡Que imbécil es!- pensé señor juez, ¿de verdad se cree en serio su papel?, ya le había advertido que el arma estaba cargada con balas de verdad y el muy mentecato se insistió en desafiarme, esta vez no lo soporté, accioné el gatillo y la bala atravesó de extremo a extremo su casi inexistente cerebro, ¡qué poca materia gris se perdió en ese momento!.

Allí tendido en el piso, en un arranque de locura de mi parte señor juez, debo reconocerlo, solo alcancé a gritarle: ¿dónde está tu velocidad ahora?, ¿quién terminó siendo más listo?, ¡imbécil, mil veces imbécil y llamé al 911 para entregarme!.

-y esa es mi confesión- su señoría.

El jurado solo tardó cinco minutos en deliberar y entregar sus conclusiones al juez, quien con voz solemne y ante una atronadora ovación por parte de los presentes dictó su sentencia:

El jurado ha decidido y yo ratifico esa decisión, declarar inocente del cargo de homicidio al señor Willie E Coyote, por la muerte del occiso Sr. Road Runner o “Correcaminos”, hartos nos tenía a todos con su cara de pendejo y su detestable “bip, bip”, ¡se ha hecho justicia!


Fuente de las Imágenes


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