Te pido perdón, Ávila.
Te escribo esta carta, Ávila, pidiéndote perdón.
Debo abordar esto con mucha calma y cordura. Las palabras quieren salir atropelladas, excitadas por las emociones que todo esto implica.
Te pido perdón por no visitarte tanto. Porque teniéndote tan cerca me he atrevido a acercarme a ti en contadas veces. Debes sentir que mi ausencia es muestra de que no te admiro ni te quiero, pero no creas eso. Tristemente, me dejé consumir por la selva de cemento, por la vida ajetreada, por el ritmo de una ciudad que está en constantes erupciones. Y tú allá, en el norte, siempre tan tranquila y paciente, aguardando y resguardándonos de todo mal. Allá tan cercana, y a la vez tan lejana…
Debes pensar que ya no te quiero, y te respetaría que pienses eso. Ya no te veo tanto como antes, ya no te siento tanto como antes. Y ahí te encuentras tan inocente de todo esto, y abajo en ciudad nosotros abocándonos a la violencia, siguiendo en ese afán tan primitivo. Qué vergüenza que nos veas en esas andanzas…
¿Qué tan difícil sería ir a verte muy pronto? ¿Me lo permitirías?
Sabré entender que no me aceptes, pero te pido encarecidamente que comprendas mis razones. Mucho de ese afán mencionado va motivado por el hecho de querer seguir teniéndote con nosotros, con la posibilidad de poder reencontrarnos contigo nuevamente, y por periodos prolongados. Que visitarte no represente un peligro impredecible, y que podamos subirnos a tu regazo todos, sin exclusiones ni rencores.
Yo sé, lo sé muy bien. Sé que contigo todo mal desaparece. En tus rocosas subidas vas drenando nuestra mente, y la vas llenando con tu energía que nutre y que reaviva. Que con tus pendientes van resbalando poco a poco nuestras malas vibras y malos pensamientos. Y que por ese camino estrecho, por más que nos desconozcamos unos a otros, hay un breve encuentro entre venezolanos.
¿Por qué será que nos cuesta tanto darnos cuenta de que te tenemos?
Querida mía, eres tú la bella imagen que más admiro al asomarme a la ventana. Te admiro día a día, noche a noche, desde el balcón de mi casa, en la lejanía. Podría jurarte que te tengo en mi mente tan clara que podría pintarte en un cuadro, a lo Cabré, sin siquiera asomarme a verificar un trazado. Podría inspirarme en ti para crear todo lo nuevo, porque eres la perfecta musa.
A uno se le hace un brillito en los ojos al ver como el alba refleja tu silueta al este, tan sensual como la figura de una mujer, y que bellos atardeceres produce el ocaso al oeste, con cielos que en varias ocasiones han llegado a ser tricolores, tal como los de nuestra bandera.
Te pido perdón por todos los momentos que nos hemos perdido juntos.
Esta noche me asomo desde mi ventana para mandarte un beso, pronto estaré allá contigo.
Mae Rod.