Hace algunos años descubrí la meditación. En realidad la conocía desde siempre, pero no le ponía nombre.
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La meditación se practica desde tiempos inmemoriales, siendo su objetivo el bienestar mental, físico y espiritual.
¿Qué hay de verdad en todo esto? Científicamente se han realizado experimentos que prueban su eficacia. Hay gran diversidad de resultados, unos contrastados, otros de fuentes poco fiables y otros discutibles, pero nadie puede negar que la práctica de la meditación es algo positivo, lleva a la mente a un estado de calma y relajación totalmente necesario para el ritmo de vida actual.
Meditar es, simplemente, centrar la atención en lo que sucede a nuestro alrededor en lugar de focalizarnos en lo que ocurre en nuestra mente, es decir, ideas, pensamientos, sentimientos… que tienden a ser negativos por defecto. Observar la propia respiración, el sonido de la lluvia, o una puesta de sol, nos hace entrar en un estado meditativo. A diario practicamos la meditación de manera inconsciente en las pequeñas cosas. Y tú sin saberlo.
Según Mason y Hargreaves (2001) en su artículo A qualitative study of mindfulness-based cognitive therapy for depression: “A nivel emocional-cognitivo, se han registrado beneficios de la relajación y el desarrollo de destrezas en meditación cuando se logra un proceso de sustitución de la conciencia sobre el momento presente en lugar de recurrentes pensamientos intrusivos negativos en la depresión, estrés o ansiedad”.
Pero para que realmente aparezcan sus beneficios hay que ser constante en la práctica, que no se trate de eventos pasajeros y casuales. Es necesario dedicar tiempo a uno mismo cada día para vaciar la mente de pensamientos y llenarla del aquí y el ahora.
Comienza por meditar ¡un minuto! Al día. ¿Acaso no tienes un minuto para ti mismo?