Conciencia
Hoy a las seis de la tarde he muerto por propia decisión. El frío se apoderó de mi espina, y al caer mi carne en el hormigón de la plaza pude por fin entender. Morir no es tan malo. Es un proceso sencillo, estimulante, algo tortuoso pero lo recomiendo. Luego del dolor que causa el segundo en el cual recorres tu vida colocando en la balanza, una a una, las acciones meritorias, te percatas que son sólo una pizca de sal, te plantas frente al ataúd a escuchar el rosario de comentarios y definiciones de lo que pensaban conocidos y no tanto, sobre quien fuiste. Yo en ese momento solo recordé un viejo poema de adolescencia:
Soy un fantasma oculto,
Vació de amor en la noche,
Dormido de olvido al alba,
Cansado de andar desnudo
Soy un fantasma necio
Tallado en suave tristeza
Murmullo de viejas fiestas
Recuerdo de la frialdad
Soy la sombra que anda
Con manos cubiertas de sal
Los ojos oscuros cuencos
El alma otro más
Soy un cadáver maltrecho
Mojado en la ciudad
Joroba como recuerdo
De una triste humanidad
Soy el vacío que llora
Soy la misma soledad
Soy quien se ha roto a pedazos
Soy el espejo, no más.
Después de la rápida e incontable sucesión de emociones ante la certeza de mi propia extinción, rabia, ira, temor, duda, alegría, regocijo y finalmente paz; comenzó el inevitable proceso de reflexión. Un análisis pormenorizado de cuál era el camino a seguir, cuáles acciones debí haber tomado, para que cuando me parase frente a la barca de Caronte (Un anciano cascarrabias con un bastón, que insiste en cobrar para dejarlo a uno al otro lado del río de los muertos), no me lamentara y poder cruzar el Estigio libre de temores y con la conciencia limpia.
Creo que es en este punto donde debo aclarar que lo que narro “no” es fábula, ni delirios de un loco, ni mucho menos el afán de una pluma por poetizar o ficcionar. Razón por la cual debo detenerme a llamar su atención al hecho incuestionable de mi desaparición hoy a la seis de la tarde en medio de una pobre plaza, repleta de niños e indigentes. Yo lo sé, y aunque no aparezca reflejado en ningún diario, ni exista una tumba que lo certifique, aún siento en el alma la espada que por propia decisión enterré en el medio de mi pecho.
Prosigo… Podría pensarse que en ese momento uno puede hacerse las preguntas de rigor ¿Quién soy? ¿Por qué a mí? ¿De qué valió todo?, y un innumerable etcétera. Pues no, realmente se sabe la respuesta a todas esas preguntas de forma llana y sencilla. La muerte es como una cajita feliz viene con el juguete incluido, aunque no siempre es el que uno quiere. Las respuestas son tan vulgarmente francas que no se comprenden, al igual que esos juguetitos, ¡yo! ¡Porque quise! ¡De nada!
Pues si, ¿quién soy?, se responde con una palabra tan igual a la que tantas veces pronuncié sin ton ni son, pero tan diferente en contenido, sustancia y cuerpo. Tan distante del yo de las cinco y cincuenta y nueve de hoy. Me enfurece sobre manera verme reducido a un monosílabo, que ya ni siquiera puedo pronunciar, pues al haberlo dicho por última vez dejo de ser, de existir, se transformó en una reliquia de museo. Ese binomio de letras que garantizaban mi existencia paso desde el mismo instante en que la pronuncie, dejó de ser, se transformó tal vez, pero en definitiva ya no era la misma y “yo” ya no era yo.
¡Suicidio!
Ese instante que por auto determinación centré mi atención en lo que pensaba se convirtió en el largo calvario a mi muerte. La idea de lo efímero, de la inexistencia, el recorrido detallado de una treintena y la imagen de quienes asistieron al funeral, luego olvidaron lo que significaba “este” recorrido por la tierra y finalmente ellos también murieron y con ellos cualquier absurda pretensión de inmortalidad de perdurar en los labios de alguien.
No me acuerdo quien fue el que dijo que “Uno es lo que piensa” sin embargo, puedo confirmar esta máxima. La conciencia según la Real Academia de la lengua Española es: “Propiedad del espíritu humano de reconocerse en sus atributos esenciales y en todas las modificaciones que en sí mismo experimenta” pues bien, más que una propiedad es un estado, no sé si mental o espiritual, o cada uno de esos cuerpos tienen la posibilidad de conciencia, lo que si es cierto es que solo experimentando un momento profundo de conocimiento se puede comprender lo que es y más aun lo que significa.
En esa placita maltrecha de la avenida San Martín de Caracas preguntándome incesantemente ¿Porqué? Llegue a la conclusión de que debía llegar hasta el final para atisbar alguna respuesta, y es escalofriante pensar que toda acción cotidiana lleva consigo la marca de un funeral, que lejos de ser solo personal, es colectiva. Nos esmeramos por sostenernos en pie, vestirnos, resguardarnos de los elementos y multiplicarnos cual virus, pero en pocos o ningunos momentos nos preocupamos por hacer un alto de reflexión y auto conocimiento, que como sociedad existimos para mantener una utopía que tal vez solo unos cuantos aprovechan. Es imperante pues, la pausa, el sopesar nuestros propios pasos el asumir el valor correcto de lo que significa ese “Yo” tan efímero y colocarle las mayúsculas con su respectivo relleno. Nuestra lengua (como expresión de nuestra identidad) tome la altura que debe, para así poder como colectivo darle un sentido coherente a esta plaza y sus indigentes, para morir con las botas puestas y tratar, en lo posible, de garantizarnos perdurabilidad. No es permisible seguir caminando como zombis, yo lo viví a las seis, es imperdonable cada paso irreflexivo, cada gota de sudor solo por necesidad o automatismo.
Es aquí donde espero que la idea de Platón de que el alma perdura sea cierta, que el paraíso se cumpla, pero al igual que la mayoría de las religiones pienso que, es necesario una vida cuidada y medida, reglamentada por la búsqueda de la felicidad “CONCIENTE”, porque de lo contrario podría pasarnos de largo (la felicidad) al igual que la persona de al lado, o la inigualable sensación de respirar.
La conciencia tiene varias acepciones, todas ellas válidas e interrelacionadas. Hay que experimentarlas y practicarlas. Pero, regir la vida con este camino ¡no es fácil!, debe convertirse de un momento de iluminación en un hábito, que le de mortalidad a cada segundo para que el siguiente pueda vivir con toda la fuerza del aquí y ahora. Yo a partir de las seis y uno de la tarde de hoy voy a hacer mi esfuerzo. Sin embargo, se que el cambio sería glorioso si fuese en colectivo, que como ciudad tomáramos conciencia de “quien” somos, de lo que implica ser ciudad y ciudadanos; más aun, si como país, continente o planeta concientizáramos que somos ciudadanos del mundo, que somos un enorme “YO” y no trocitos de yo, que mi hermano no es tal, ni mi vecino, ni mi maestro, sino que todos somos yo.
Que importante sería entonces morir todos, para que nadie más muera en Irak, Siria o Venezuela.
Veo la plaza ahora, seis un minuto, me duele la niña casi desnuda, la viejita del café, el hombre sin techo ni ropa, la mujer con piel comida de gusanos, la pareja de al lado, el hombre de banco, el ama de casa, el ladrón de la esquina, el perro que ladra, la estatua que llora, la paloma que pasa, me duele el alma, me duele saber, comprender que quienes sufren no son ellos, sino “YO” que caigo en el hormigón.
Michel Camacaro 2007
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