Ser freelancer ha sido lo mejor que me ha podido pasar en la vida, se los juro. Jamás me he visto a mí misma como la persona que se despierta a las 6 a.m con el sonido de una alarma para llegar puntual a un lugar y cumplir con un horario de oficina. De solo imaginarlo me abrumo (no soy una persona mañanera ¡Sí, lo tengo claro!).
De hecho, nunca he trabajado fuera de casa. Siempre me he dedicado a escribir para portales web o como community manager desde mi oficina improvisada, mi hogar, mi burbuja. Y no me quejo de cómo han marchado las cosas hasta ahora teniendo dominio de mi tiempo, aunque no todo ha sido color rosa.
Así como puedes encontrarte con miles de oportunidades increíbles, la competencia es enorme y los riesgos de estafas son todavía mayores cuando las conexiones se realizan a distancia. No sabes exactamente en lo que te estás metiendo, ni con quiénes estás tratando, hasta que te animas a arriesgarte porque… las cuentas no se pagan solas.
Para no extender mucho más la historia, les contaré sobre una experiencia desagradable que tuve -no hace mucho- con un sujeto de una agencia de Marketing Digital que me amenazó de muerte.
Un amigo me había hablado sobre ‘este sujeto’. Me contó que buscaba a una community manager, entonces pensó en mí para ocupar el puesto. El sujeto pagaba en dólares y pues, no era mucho, pero al realizar la conversión a nuestra moneda, el sueldo adquiría un valor interesante (cosas de venezolanos). Aunque la propuesta venía con una advertencia de mi amigo: “todo suena muy bien, pero ese tipo paga cuando le da la gana. Tú decides Olguita”, me dijo.
Tal era la presión de este individuo por conseguir a alguien, que mi amigo le había enviado mi número telefónico sin antes consultármelo. Y en vuelta de unos minutos, esta persona me estaba llamando.
Al otro lado del teléfono sonaba la voz de una persona joven que al parecer no conocía la palabra “respeto”. Antes que yo me presentara me había preguntado: “Hola, Olga ¿es cierto que las pelirrojas son locas?” . Me quedé enmudecida… yo soy pelirroja, ¡y qué manera de presentarte, hombre!. Estaba tan incómoda que mi reacción inmediata fue esquivar el comentario y preguntarle directamente qué era lo que buscaba para la agencia.
Una vez que me explicó lo que tenía que explicarme acerca del trabajo, le dije que lo pensaría y que al día siguiente le avisaba qué había decidido. Total que nada tenía que pensar, ya sabía mi respuesta. El sujeto no me producía ni un ápice de confianza. Cuando algo está mal con alguien puedes sentirlo incluso en la voz, y este sujeto ya me había dado todas las pistas por cómo se expresaba.
Al día siguiente de la llamada le comuniqué por escrito que estaba ocupada en otras cosas, así que no tendría tiempo suficiente para cumplirle. “Muchas gracias por la oportunidad. Lo siento mucho. Éxitos” , concluí. Enseguida, el hombre me ha llamado casi lloriqueando, suplicando que le ayudara, que me necesitaba urgente.
Ya había perdido cuatro clientes por algo que más adelante descubrí: su community manager anterior se había ido sin aviso. El hombre la había estafado. Terminé accediendo porque me sensibilizó la confesión de que su esposa estaba embarazada y le angustiaba no poder responderle a los clientes, necesitaba seguir produciendo.
Trabajé con él por unos meses, y cada fin de mes -cuando me tocaba recibir mi pago- mi jefe desaparecía. No es para menos, siempre vivía con la incertidumbre de no saber si en alguna ocasión el individuo se perdería de la faz de la Tierra, o más bien de Whatsapp, quedando mi pago en el olvido. Ajá, fue una sensación premonitoria.
Tal como lo dijo mi amigo, terminaba pagando tres semanas después de lo pactado, o a veces hasta mucho más. ¿Acaso él no era consciente que sus empleados necesitaban del dinero para poder costear sus gastos personales? Sí lo era, pero esto no le generaba ni la más mínima preocupación. Lo llegué a buscar en redes a ver si se encontraba de viaje, lo que encontraba era una exhibición de botellas costosísimas con las que presumía la buena vida que gozaba, mientras que sus empleados…
Llegué a enfermar sin tener ni un centavo para visitar al médico. Intenté comentarle sobre mi estado de salud a ver si, tal como yo me sensibilicé con su situación, se ponía en mis zapatos y me pagaba algo que yo me había ganado con trabajo diario. Pasaron dos meses sin recibir nada de él.
Tomé la decisión de no seguir trabajando hasta que me pagara, es lo más correcto, ¿no creen?. Fue entonces que apareció para decirme que tenía que comenzar a publicar “para ya”, además me estaba solicitando que también fuera copywriter para unas páginas en las que se encontraba trabajando, con el descaro de ni siquiera haber saldado su deuda. Ah, y sin ofrecer un aumento de sueldo por esta actividad extra.
Al final, cuando volví a tocarle el tema de que me pagara lo que me debía, el sujeto me bloqueó del WhatsApp y no supe más sobre él, hasta que decidí hacer la denuncia pública en mis redes sociales para que nadie más pasara el mismo mal rato que yo. Una cantidad de personas se solidarizaron y comencé a enterarme de otros empleados que también vivieron la misma situación, gracias a este señor. Incluyendo la community manager que había ‘desaparecido’ dejando a este ‘pobre hombre’ desesperado. Ella me agradeció por haber tenido el valor de hacer público sus abusos.
Enojado me ‘desbloqueó’ para exigirme que le explicara lo que estaba ocurriendo en las redes sociales. Con un tono amenazante demandó que eliminara la publicación donde lo denunciaba. A esto espeté que lo haría si me pagaba lo que me debía.
[Fuente]https://giphy.com
De más está decir que ese día fue una pesadilla. Esta persona se encontraba en Panamá, y desde allá ordenó a alguien con voz ‘sospechosa’ a que me llamara para amenazarme de muerte. “Si no eliminas la publicación ya, mañana amaneces con moscas en la boca” . Muy bajo. Además de esto, el sujeto trataba de atemorizarme alegando que tomaría acciones legales contra mí. Pero amigos, él era el estafador y yo tenía pruebas de todo lo que había hecho. Notas de voz, conversaciones, TODO. ¿Quién tenía las de perder? La respuesta es evidente.
¿Qué hice? Nunca eliminé la denuncia y sigo viva pero les confieso, pasé semanas temiendo por mi integridad física. A pesar del desazón, esta experiencia también me dejó una gran lección con la que me volví más precavida antes de aceptar una propuesta laboral. Si se preguntan si al final esta persona me pagó, no se sorprenderían si les dijera que nunca lo hizo.
Así que freelancers, tomen precauciones para garantizar que su trabajo sea remunerado:
-Ya sea mediante un contrato en el que apunten los datos del contratante
-Investigar bien a la persona con quien van a establecer una relación laboral o,
-Si es posible, pedir un 'adelanto' para poder ofrecer sus servicios.
Un consejo. Si alguien les llegase a jugar sucio, no teman en hacer pública su molestia. En la web abundan los aprovechados de oficio, por lo que denunciar es una forma de prevenir que otra víctima caiga. Pero algo les aseguro, los estafadores terminan perdiendo más de lo que han robado. La agencia para la que yo trabajé perdió toda credibilidad.
El mensaje es: quien obra mal, le va mal tarde o temprano. Por mi parte sigo luchando para seguir creciendo en mi área, y lo más importante, con la imagen limpia.