Nuevo Relato | Ocho estaciones: Un testimonio de una vulgaridad en el Metro

Metro-de-Caracas.jpg (Tomado de http://elclarinweb.com/actualidad/cierran-18-estaciones-del-metro-caracas)

Ocho estaciones hay entre La California y Plaza Venezuela, lo que equivale a, aproximadamente, 16 minutos de viaje. Un trayecto relativamente corto, si no se presentan contratiempos. Pero en ese sistema, cualquier cosa, por insignificante que parezca, representa un contratiempo mayor. Íbamos hablando de cualquier cosa, cuando a dos puestos un sujeto comenzó a gritarle una gran cantidad de barbaridades a su celular (evidentemente la persona al otro lado de la línea le tenía la “piedra afuera” como él mismo dijo). En el vagón se impuso un silencio incómodo al escuchar que decía cosas como: “ya vas a ver cuando llegue a la casa, maldita, te voy a reventar” o “tú te estás buscando un par de coñazos, coño e’ tu madre”. La incomodidad de los usuarios era evidente, pero todos tratábamos de no ver al sujeto.

Mientras tanto, el tren abría las puertas en Los Dos Caminos, y una pareja sonriente entraba al vagón. El sujeto grosero continuaba armando zafarranchos, mientras la pareja viajaba de chiste en chiste, y cada vez se reía a mayor volumen. El vagón quedó nuevamente en silencio, y de pronto solo se oyó “¿de qué tú te ríes? Sapo”.
La situación se tornaba cada vez más incómoda, una metralla de insultos salía de la boca del sujeto grosero, desde “hijo de puta” hasta “mariquita chismosa”. Nadie entendía nada, todo el mundo se veía las caras, y cuando volteé a ver a mi acompañante, esta se estaba riendo a carcajadas. Un escalofrío recorrió mi espalda, mientras le decía susurrando “no te rías”. A dos puestos, el sujeto grosero continuaba con su lluvia de insultos, mientras el pana al que insultaba trataba de desviar la conversación; así después de escuchar un claro “eso es peo mío si yo le pego a mi mujer o no, y usted no tiene que estar de chismoso imbécil”, el interlocutor respondió con un claro “¿quién te dijo a ti que yo me estoy burlando de tu conversación? Si no quieres que se metan, no hables en el metro”.

La respuesta del joven causó muchísima impresión al maleducado quien, en vez de bajar la guardia, cargó nuevamente con un renovado arsenal de improperios. Durante minutos que se hicieron eternos, mientras el vagón se mantenía en movimiento, ambos personajes se cayeron a gritos.

Mi incomodidad, y la del resto de los pasajeros, crecía a pasos agigantados; nadie quería decir nada, nadie quería hacer nada. Mi acompañante era de las pocas personas que demostraba una hilaridad extraña, pero ante mis miradas de advertencias mantenía una mueca que iba desde una fingida sonrisa y ganas de llorar.

Llegando a la estación Chacaíto, entre gritos e improperios continuados la pareja se acercó a las puertas del vagón; era evidente que, además de llegar a su destino, estaban cansados de recibir improperios de tan maleducado individuo. Las puertas se abrieron, y salieron. Asimismo, el grosero se levantó y abandonó el vagón.
Todos en el vagón rompieron a reír. Eran risas incómodas, cargadas de alivio, todo había salido bien. Mi acompañante me vio y me dijo “viste que eres un exagerado, hubieses visto la cara que pusiste cuando me eché a reír, pensé que te iba a dar un infarto”.

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