Siempre han ejercido en mí cierta fascinación esos pequeños santuarios perdidos en el monte, que permanecen cerrados casi todo el año, adquiriendo así un aire misterioso. Las ermitas, situadas casi siempre en lugares estratégicos que de por sí invitan ya al recogimiento, transmiten paz también por su arquitectura modesta y por su concepto de lugares sagrados. Algunas son, además, puntos de encuentro festivos para las gentes de los pueblos aledaños, que se acercan en romería una vez al año para pedir buena cosecha, para comer en familia o para bailar y celebrar la vida.
La ermita de La Alcobilla, situada en el pueblo de San Justo, en la comarca de Sanabria, al noroeste de Zamora, adorna su encanto con castaños centenarios que dan al paraje un valor excepcional. Las vírgenes y las gaitas que las acompañan suben en procesión cada año al final del verano, cuando la arboleda muestra ya su generoso fruto y el paisaje comienza a cambiar su ornamento.
De allí procede este óleo de 50 x 61, que pinté para una persona amante de ese lugar y deseosa de tenerlo siempre cerca.