Cuando llegó al claro, su compañero ya estaba muerto. Había un agujero en el costado del cuerpo sin vida en donde un enorme zorro rojo hurgaba. A penas al llegar se detuvo, conteniendo el aliento mientras el zorro lo observaba. Su hocico estaba ligeramente coloreado de rojo. “Podían ser bayas silvestres” pensó irónicamente ya que sabía muy bien que no. Hizo dos tentativas de aspavientos para espantarlo pero el animal, con su cabeza roja erguida, lo miraba discretamente. Calculando. La espesura del parque silvestre se le tornó oscura. Amenazadora. Sacó una navaja automática con un ligero ¡click! El zorro se volteó, de frente. Mientras sostenía la navaja supo que el animal le trasmitía, casi por telepatía, su agresividad. Su amigo intentó hablar – o al menos eso le pareció en medio de su delirio – pero sólo salió un gorjeo, ahogándose con la sangre. Se sintió impulsado a atacar al zorro, expelido por el miedo y la desesperanza se lanzó. Tomando el cuchillo por el mango, agachado, giraba en torno del animal.
Creyó ver que su amigo intentó hablar de nuevo, pero la muerte le impedía hablar. Le tapa la boca, “tranquilo, tranquilo, ya vendrás a un lugar mejor. No, no hables, solo sígueme”. El astuto zorro enseñó sus dientes afilados en una sonrisa que en le pareció burlona. No le gustaría morir así, por un zorro burlón en un parque silvestre mientras hacía una excursión. Pero sobre todo, porque había paz. Aquel claro, como un rayo de luz invisible, irónicamente lo llenaba de paz. Alargó un brazo rasguñando al zorro en el pecho cuando este alcanzaba su tráquea. Cayó en la tierra húmeda. El animal huyó con un chillido, asustado y herido por el corte. En el suelo, desde donde estaba, sólo podía ver a su amigo que aun creía despierto y que creía intentaba consolarlo con gorjeos. La tierra expulsaba un olor de paz, como una bruma blanca. La visión se llenaba de esta bruma blanca. El sol en lo alto le lastimaba los ojos. Sentía entre sus dedos como manaba la sangre caliente, derritiendo en un rojo intenso cualquier vitalidad. Un pájaro se posó sobre una rama, libre.
Entre la vigilia y el sueño creyó que era el pájaro que volaba, remontándose al cielo. También soñó que las moscas que comenzaban a llegar con su zumbido molesto eran ángeles y entonces sonrió, el pensamiento fugaz lo hizo sentirse bien. Oía más claramente el agua al caer, fresca. La brisa sobándole el cabello empapado de sudor. El universo lo recogía en un abrazo fraternal. Ven. Ven. Ven conmigo. Los rayos del sol penetraban en su piel caldeando por dentro. La hierba debajo de él le pellizcaba la piel. Se sentía tan bien. Estar vivo se sentía bien: Soñar, oler, creer, pensar, sentir… eso era la vida y de pronto sintió que no quería dejarla. Volvió el zorro. Lento, moviéndose cauto. Cerró los ojos sintiendo el miedo por primera vez a morir. Por primera y última. Cuando los abrió el zorro tenía los ojos de su amigo. Lo observaban, invitando a dejar su cuerpo. A convertirse en animal. "Lánzate" dijo la voz de su amigo muerte. El animal se acercaba cada vez más. "Conviértete en él...vamos, conviértete en animal" Cerró los ojos. Al abrirlos había dos cuerpos humanos tirados uno muy cerca del otro. Uno se sostenía el cuello en una sonrisa de felicidad. Se acercó, tenía hambre y quería comer.