Estaba tan enojado, que tomé la decisión de matarla antes del amanecer. Confieso que sentía mucho pánico, quizás, a mis 15 años, la cobardía se cobija con los miedos.
Bajé las escaleras con tanta cautela, que la madera del piso renunció a todos sus chirridos. Encontré a mi madre en la cocina, jugando con los cuchillos carniceros. Por su mirada, supe que terminaría desaparecido en las arenas del patio, las que hacían lindero con el risco que daba al mar.
Salí corriendo a mi habitación. Tuve la oportunidad de abrir la puerta principal y dejar que la calle me tragara, pero no lo hice. La maldad de mi madre había sellado toda posibilidad de escape.
Ella golpeaba con tal ímpetu la puerta del cuarto, que fracturó la casa hasta dividirla en dos. Mientras rodada por el risco, entre trozos de tablas que terminarían flotando en el oscuro mar, ella gritaba: <muérete maldito, eres el fruto de una violación>
Tengo una semana flotando en el medio del océano, mi cuerpo es ya un trozo papel. Los escombros de la casa encallaron en una pequeñísima isla desierta. Pero al tocar tierra, lancé una estruendosa carcajada de libertad.
A lo lejos diviso la llegada de un huracán, no me importa, lo espero con serenidad. Ya estoy preparado para volar.
RUBÉN DARÍO GIL
@rubendariogil
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