Conclusión II (Los hijos de la lluvia de las ranas)

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Comprenden los anfibios que malo/bueno es un concepto vetusto, cobarde y maligno: quien no roba a su hermano por miedo al castigo, no es buena gente; quien defiende su tierra, que está donde se encuentre, de sequías, de balas, de afrentas, de abusos, de transgénicos en la conciencia, nunca será su enemigo. Aunque esperan, siempre esperan los hijos de la lluvia de las ranas, que el transcurso de las eras ayude a la evolución de las especies.

Su conciencia, impermeable, refractaria, imperturbable ante las contingencias y necesariamente dinámica, seguramente es la responsable de que las distintas formas de adiestramiento no hayan logrado, ni siquiera de pequeños, que parece que está uno siempre más distraído, desdibujarlos en la masa. Poseen un sexto sentido ante las trampas del lenguaje, porque saben que la ideología standard utiliza las palabras para eliminar la fuerza de los individuos. Cuando a los niños anfibios de cualquier lugar y condición les preguntan si quieren más a papá o a mamá, les suena la alarma, puesto que el yin y el yang es indivisible, y contestan: "a la totalidad", aprovechando esos segundos de sorpresa, que saben inevitables, para irse a jugar a la rayuela.

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Coinciden con Stirner en que su cuerpo es suyo, por más que legislen sobre él o moralicen en su contra, y no les hace gracia que su esqueleto, revestido de tendones y esas cosas que suelen tener los cuerpos, sea vigilado o simplemente amenazado. Son libres por dentro, pero también quieren que lo sea el continente que los acoge. Creen notar que el mejor truco de los piramidales pasa no sólo por los castigos, en caso de transgredir alguna norma importante para su continuación en la historia: el verdadero y perverso triunfo es convencer a las personas de que deben desertar de sus instintos. Los eléctricos no comprenden, por más que se lo expliquen, que tengan que matar una parte tan importante de sí mismos para salvar su alma o un lugar impreciso dentro de la historia: la iglesia acusa de soberbio al insumiso; las masas, de insolidario con las necesidades del grupo. La renuncia es una importante columna del vocabulario de la convención, porque de ahí al sacrificio no hay mucha distancia. Y quien dice sacrificio, dice también, en un momento u otro, esclavitud consentida para alcanzar la santidad, aunque sea laica. Prefieren el concepto de voluntad autocrática.

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