Concurso Cervantes: 6ª Entrega

El precio de querer y no llegar

César I. Buendía sintió la necesidad de arreglar unos asuntos legales que desde el fallecimiento de su padre acompañaban la mayor parte de sus preocupaciones. La explotación de la pequeña hacienda antioqueña dedicada a la producción del frijol y del maíz solo le permitía pasar la vida abrumado por las estrecheces económicas.

Había imaginado una provechosa alternativa a este estado con la reclamación de derechos sobre una nueva explotación minera autorizada gracias a las fraudulentas maniobras de unos poderosos  terratenientes locales. Las gestiones para hacer consultas y sobre todo los honorarios de los abogados en Medellín habían añadido un peso más en los delicados equilibrios de empobrecido pequeño propietario agrícola.

Años atrás César y su hermano Bernardino habían intentado el registro de unas tierras que desde antiguo ocupaba su familia haciendo valer sus contactos en el ejército. El resultado incierto de aquellas gestiones realizadas hacia ya dos décadas era el etéreo capital con el que contaba para cambiar un poco de suerte.


Soñaba con dedicarse a la producción de aguardiente según la receta que había guardado la memoria familiar desde los tiempos de la independencia nacional. Eso era al menos la versión que había recibido de su abuelo y éste a su vez del suyo. Pero el comercio de licores requería mucha plata para poder entrar en el circuito cerrado de quienes se habían instalado en ese lucrativo negocio.

Las visitas a Medellín siempre iban acompañadas en don César por algunos ritos que aunque suponían gastos tenían en su mentalidad campesina la consideración de obligatorias. Así era, por ejemplo, detenerse en las populares tabernas cercanas al mercado de ganado o la compra de un buen sombrero. Con estas sencillas rutinas iba marcando las horas principales del día. 


Gustaba especialmente al sentarse antes del medio día en un banco público para ver pasar la gente o repasar los documentos oficiales donde figuraba su nombre después de haber dado cuenta de una bandeja paisa. Don César leía con gran dificultad por una deficiente escolarización según la opinión más objetiva y por problemas de visión según el propio afectado.

Después de comer aprovechaba la horas más tranquilas de la tarde para    ir a la casa de don Blasito de Uribe, su mejor amigo. Allí le hacia partícipe de sus impresiones capitalinas, reflexiones sobre la marcha del país y sus planes inmediatos.


Don Blasito era de origen muy humilde, no obstante, estaba dotado de un gran talento natural e inversamente proporcional a su estatura. Pero el escaso metro y medio no había sido obstáculo para procurarse una formación escolar suficiente y para enriquecerse con las peleas de gallos en Bogotá. La consolidación de sus negocios vino del tráfico de mujeres que requerían  las obras del Canal de Panamá.

La salud quebradiza y sobre todo un soplo del corazón obligaron a don Blasito de Uribe a una vida tranquila en la capital y procurando hacer crecer su fortuna en actividades más convencionales y mejor vistas socialmente. Compadecido de aquel inútil papeleo con la administración pública y sobre todo intrigado por el secreto familiar del aguardiente decidió invertir parte de sus ahorros en crear la licorería don Blasito.

Don César fue cauto en el acuerdo de socios con su amigo don Blasito. Iba a colaborar en la fabricación del licor pero el secreto final de la mezcla de hierbas y los porcentajes empleados en la destilación seguirían siendo un secreto del que solo don César mantendría control absoluto.

La destilería Blasito se inauguro a finales de la década de los cuarenta en el mismo centro de Medellín. Don César dejó la serranías del valle de Aburrá por una vida más cómoda en la capital donde fue introducido en los mejores círculos sociales por don Blasito.

La fortuna acompañó el nuevo negocio desde sus comienzos. La popularidad de don César se igualó a la de su socio en pocos meses. El cambio de vida y el trato con muevas personas cambiaron profundamente a este hombre de una edad propia de una madurez ya avanzada. 

Lo más determinante en esta metamorfosis de don César fue la amistad primero y el amor después que trabó con Marta Pintuco. Había sido empleada de don Blasito en sus mejores tiempos de mediador en el sector del comercio galante.


Con el dinero que fluía de la destilería Marta Pintuco pudo independizarse y ampliar el negocio a un nuevo local en la calle Lovaina. La famosísima Casa de Marta Pintuco. En ella se reunía lo más selecto de la sociedad de Medellín. Autoridades civiles, académicas, eclesiásticas y hasta militares asistían habitualmente a esta casa para vivir intensos momentos de  carantoñas y reconciliación con los instintos naturales.

Las chicas de la casa que tenían hijos en edad de criar traían a sus vástagos para evitar los riesgos y malos ejemplos que podían encontrar en la calle.  La casa tenía así un aire de centro social que desbordaba las funciones elementales que se suponen en una casa de empadronamiento nocturno. 

Don César fue perdiendo sus antiguas virtudes campesinas y los sentidos despiertos  que tenia para las mezclas de hierbas se eclipsaron  por una vida fácil en lo económico y disipada en  lo moral. Había desarrollado la extraña costumbre de atender todos sus asuntos desde su cama en la Casa de Marta Pintuco.

Por la contra don Blasito deterioró la poca salud que había podido disfrutar ante el derrumbe estrepitoso de la calidad de los destilados cuya marca firmaba con su nombre de pila. Las fuertes cantidades de dinero que se habían filtrado para atender las necesidades de la fábrica y la vida desordenada de don César en esos últimos años habían dado un vuelco total a un negocio que prometía grandes metas.

La ruina económica que se avecinaba fue minando el sistema nervioso de don Blasito. Un buen día llegó al lecho de uso civil de don César muy alterado,  con una botella de la última remesa producida. Quería advertir a don César que el licor apenas mantenía una apariencia de bebida conformada por una sabia elaboración. Aquel producto no podía ser vendido salvo a clientes que carecieran del más mínimo criterio en destilados. 



Con el estrés del momento don Blasito se derrumbó. Fue entonces cuando don César cayó en la cuenta de que debería volver preguntar sobre aquel oscuro asunto de sus derechos sobre una explotación minera. Por Casa de Marta Pintuco, donde vivía desde hacia meses, habían pasado las personas que necesitaba para dar un nuevo giro a su versátil vida.



Espero que les guste

Créditos: imágenes de elaboración propia a partir de ilustraciones libres de derechos de PIXABAY

 Concurso patrocinado por el witness @cervantes

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