En la cárcel existe un ambiente endiabladamente aburrido, los presos allí recluidos pasaban interminables horas del día deambulando de un lado para otro.
No bastaba para terminar con esa terrible monotonía las largas charlas que algunos sacerdotes ofrecían a los reclusos en un vano intento por lograr el arrepentimiento de aquellas almas que, por diferentes motivos, habían terminado en ese lugar tan poco edificante espiritualmente.
Pero que día llegó a la prisión un individuo que cambiaría del todo la situación. Después de adaptarse al régimen carcelario y de hacer algunas amistades, pensó que si se reunía entre ellas y les narraba sus insólitas aventuras, el aburrimiento se haría más llevadero y las horas no parecerían tan largas y así fue: a las pocas semanas votaba a más de un centenar de sus compañeros de infortunio y en un rincón de la celda, en medio de un silencio que parecía el de un velorio, les contaba minusciosamente todo lo acontecido en los viajes que realizó por lejanas tierras.
Los otros presos escuchaban atentamente como si fueran niños a quien se le narrará un inverosímil cuento de hadas.
No permitían creer que una persona que se miraba común y corriente, como cualquiera de ellos hubiera pasado por tantas y variadas travesías.
Entre prisioneros había uno dotado para el arte de la escritura al que llamaron tan poderosamente la atención esas aventuras, que decidió coiparlas a medida que las escuchaba, esas notas se publicaron más tarde como libro.
Este pequeño relato, surgió debido a que en el lugar que trabajo mis jefes contrataron a una persona que salió recientemente de la cárcel y estando en este lugar aprendió el arte de la zapatería, pero debido a su hoja de vida es difícil que empresas le den una oportunidad laboral.
Lo bueno es que apesar de eso, encontro un alma de buen corazón que quizo darle la oportunidad de empezar de nuevo.
La esperanza y la fe en Dios,es la última que se pierde.