Recuerdos de Abril|Relato|Reflexión


Camino distraída por las calles de mi ciudad, absorta en mis pensamientos. Llevo puesta mi chaqueta de cuero. Entre mis manos un pequeño ramo de flores que aprieto fuerte contra mi pecho. Una brisa suave y fresca que acaricia mi rostro me lleva a recordar. Me conduce por un viaje a tiempos remotos, tiempos atrás que pretendí por años encajonar.

Observo el panorama. Recojo mi cabello, la brisa lo revuelve sin parar. Siento un leve frio y junto con él un presagio en mí se comienza a desatar. Huelo la nostalgia, percibo su aroma, la olfateo muy dentro, en todo mi ser.

Escucho una voz que me habla desde la acera contigua, irrumpiendo en mis pensamientos —¡Hey! Líaaa…—Pero prefiero ignorarla, es Martin. Sigue insistente en que vayamos por un café. No estoy de ánimos para eso, hoy necesito estar sola.

Alzo mi mirada al cielo, observo su gris nublado y pienso "Pronto ha de llover" y tan pronto como las primeras gotas de lluvia comienzan a descender sobre el pavimento, se desencadena un torrente fluyendo sobre mis mejillas, proveniente no del cielo, sino de mis emociones. Ya es tarde para detenerme. Me ha inundado la melancolía.

Reconozco bien este sentimiento, cada año lo experimento

¿Qué es lo que más me duele? ¿Qué será lo que tanto me pesa?

Mi cuestionamiento me retrotrae muchos años atrás. Es imposible no recordar aquella última vez que lo vi lleno de vitalidad. Siempre listo para disciplinarnos, le inquietaba la algarabía propia de mi niñez y posterior juventud. Su amor lo mostraba a modo de regaños y continuas correcciones. Yo era muy joven para comprender el afecto que se escondía detrás de cada amonestación. ¿Cómo podía yo entender que cada reprensión era porque me amaba? En cambio, sentía que me reprimía al punto de no poder expresarme con libertad.

“No uses esa falda” me prohibía constantemente. “Está muy corto ese short” me decía con mirada vehemente. Por mi parte solo obedecía, lo tenía por una figura imponente.

¿Acaso a mis 11 años iba yo a entender que lo que buscaba era enseñarme de pudor, modestia y honor? Claro que no.

Mientras los arboles dejaban caer sus hojas, mis visitas fueron menguando. Una tarde sí, otra tarde no acudía al hogar de mis abuelos. A medida que iba creciendo mis relaciones se fueron ampliando, salía con una que otra amiga a un cyber café o bien me quedaba en casa escuchando el top 10 musical en la radio. De esa forma fui olvidando a mis parientes de cabellos blancos.

Los estudios me envolvieron, siempre tenía algo que hacer. En mi opinión, estaba muy ocupada para recordarme de los abuelitos, sin tomar en cuenta que me esperaban allá en su modesta casita, construida a base de una vida de trabajo y esfuerzo.

Hogar cuyas paredes me vieron crecer, enfrentar mi primer día clases y experimentar tantas veces el terror de la pediculosis. Vivieron conmigo múltiples etapas de mi niñez, hasta que mis padres se mudaron y formamos nuestro propio hogar.

La adolescencia llegó, y me tomó de una forma que solo puedo recordarla como una de las etapas más difíciles para cualquier persona. La pubertad con sus repentinos cambios de humor y su típico pensamiento “A nadie le importo” se hizo presente. Pero el aroma de la muerte eclipsó todo sentimiento existencial. Todo iba según el orden nominal de las cosas, hasta que llego Abril.

Como me dueles Abril, como duelen tus lúgubres destellos de partida y despedida.

Una tarde, cuando ya contaba con catorce años de edad, decidí visitarlos. Mi abuela me hizo pasar a la sala mientras comentaba lo feliz que estaba de verme. A su vez, observé las fotografías de mi niñez, enmarcadas en la repisa junto a los demás muebles.

Tomando una de ellas sonreí y dije —Esta fue la primera vez que asistí al preescolar.

Mi abuela respondió —Con tu vecina Estefany. Aún la familia Gallardo no había llegado aquí, ve que aún no se construía su casa…— asentí y coloque la fotografía en su lugar.

Atravesamos el vestíbulo, mi abuela siempre había preferido los colores pasteles como decoración. Pasamos por la cocina hasta llegar al patio trasero, me sorprendí al verlo convertido en un próspero cultivo de hortalizas.… Allí se encontraba mi abuelo, dedicándose a su ritual tarea de regar las plantas. Con un conjunto de pantalones a la rodilla y franela holgada, acompañado de manguera en mano. Daba el aspecto de quien se dedicaba a pasar sus últimos años en plena paz y tranquilidad.

Nos observamos por unos segundos, el gris de sus ojos siempre me fue familiar. Esta vez fuera de gritos o regaños encontré calidez en su mirada, y por inesperado que me pareciera, disfrute de una interesante charla con él mientras cuidábamos de las plantas.

Yo era una de esas chicas que se arreglaban las uñas todos los días, pero eso no importaba. Poco me importaba estropear mi manicure con tierra mientras mi abuelo me daba indicaciones de cómo debía plantar unos hermosos Tulipanes. Reencontrarnos disfrutando de un momento agradable fue inolvidable. Disfrutar al lado de quien tiempo atrás pensé no tener nada en común —salvo un parentesco de consanguinidad— fue hermoso.

Abuelo, ¿Por qué ataste aquella planta de tomates a esa estaca?— pregunté mientras abríamos un hoyo.

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Para mantenerla erguida— me respondió. Al notar mi mirada confusa agregó —Evita que su propio peso la derrumbe y el fruto se pudra. Algunas plantas son realmente ambiciosas— murmuró— Crecen rápidamente y si eres un jardinero descuidado más temprano que tarde verás a tus retoños por el suelo y sus hojas contaminadas.

La veracidad con la cual pronuncio esas palabras disipó cualquier duda. —Mantengo mis plantas sanas— finalizó con orgullo.


La tarde llego a su final y junto con ella nuestra jornada en el jardín improvisado. No esperé que aquella visita fuera tan amena, me encontraba muy complacida, realmente contenta. Luego de degustar juntos un poco de galletas remojadas en café regrese a casa, con la firme resolución de volver la tarde siguiente.

...Pospuse mi visita y no regresé sino hasta varios días después…


¿Por qué no volví en busca de más tardes agradables como esas?

¿Por qué no regrese por más momentos que pudiera atesorar en mi corazón?

El sonido de una corneta me libra de mi abstracción, volviendo a la realidad observo como un conductor furioso me grita improperios que no logro distinguir. Veo a mi alrededor, me le he atravesado al auto. Apenada me retiro a un lugar seguro y reviso mi reloj, debo tomar un taxi si quiero llegar a tiempo a mi destino.

El viento sopla más fuerte. Los vendedores ambulantes conscientes de la tormenta que se avecina recogen rápidamente su mercancía. Un taxi se aproxima y apresuradamente le hago una señal de alto.

Un viejo auto se detiene frente a mí. El conductor es un señor que sobrepasa los cincuenta años, lleva puesta una camisa traslúcida cuidadosamente planchada, da señales de que un día fue blanca.

¿A dónde la llevo señorita?— me pregunta bajando el volumen del reproductor.

Jardines del recuerdo— respondo y subo al asiento trasero del auto. Una vez dentro el taxista sube el volumen habitual en su reproductor. Es la emisora Radio América, era de esperar que un señor de su edad sintonizará la AM.

Se escucha una melodía de los Billo´s, tantas veces por la mañana se sintonizó dicha emisora en casa de ellos… de mis abuelos. Él, levantándose tan temprano siempre, su habitual rutina de despertarnos a todos al encender la radio y hacer sonar las cacerolas en la cocina al preparar el café.

Por contradictorio que parezca, aquellas usanzas matutinas me causaban irritación pero a su vez me hacían sentir en casa.

Es típico —supongo— No atesorar en su momento aquello que le da un valor agregado y real a tu vida


Las gotas de lluvia corren escasamente por las ventanas del auto. Observo el cielo, tal parece es momento de una tregua, el sol esta por aparecer. Debo bajar del auto, he llegado a mi destino.

En la entrada hay un letrero que reza Jardines del recuerdo. Un portero me hace pasar. Camino sobre la hierba verde, puedo olfatear el olor a preticor, apenas ha salido el sol. Puedo sentir ese clima de vapor, esa calidez que evoca la tierra mojada justo después de la bonanza. Transito alrededor de muchos apartados que llaman parcelas y llego hasta la tumba de quien un día fue mi abuelito Concepción.

Le he traído flores frescas de su jardín. Desde que partió tras aquel episodio de peritonitis mi abuela y yo nos hemos dedicado a cultivar las plantas, es nuestro tributo a su memoria, es nuestra forma de recordarlo, de no dejarlo ir.

Aún recuerdo la ultima vez que lo vi despierto. Un mediodía llegue de clases, me encontré con que se lo llevaban al hospital. La penúltima vez fue el día que plantamos aquellos Tulipanes... Realmente me perdí muchos momentos importantes.

Quince, fueron los días que estuvo recluido en el hospital. Siete, fueron las noches que paso en la Unidad de cuidados intensivos, luego de no despertar de su segunda operación. Nueve son los años que han transcurrido desde su partida, desde que lo vi lleno de vitalidad por última vez. Desde que sembramos aquellos tulipanes.

Ojala no tuviéramos que enfrentar la muerte de nuestros seres amados para entender lo que trataron de hacer en pro de nuestro bien.

Ojala yo hubiese entendido un poco más su metáfora de los tomates aquella tarde.

Ojala de niña no lo hubiese juzgado por sus reprensiones.

Abuelito Concepción, has dejado una huella imborrable en mi corazón

Yo, la pequeña planta que mi abuelo quiso cultivar

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Gracias por quedarte hasta el final de este relato. Como de seguro ya se habrán dado cuenta, Yo soy Lía. Quise escribir esta historia colocandole otro nombre, otra vida quizás... Pero una vez más mis emociones me han traicionado. Precisamente hoy 10 de Abril se cumplen nueve años desde la partida de mi preciado abuelo. Espero mi historia les haga reflexionar.


Fuente de imágenes: 1;2;3;4;5;6;7

Mis agradecimientos a la comunidad de @mosqueteros por todo el amor e impulso que me han dado en esta plataforma. ¡Son hermosos! visitanos en Discord

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