¡Ícaro, no vayas a volar!
En ese momento extendió sus alas de metal y plumas de ganzo, tomó impulso y se lanzó del balcón. Por supuesto, no voló. Se estrelló.
Carlota quería volar. Había leído el mito de Ícaro tantas veces, que lo podía repetir de memoria. Ella sólo quería sentir cómo era volar, cómo era flotar en el aire junto a los pájaros y alejarse del suelo para ver todo el océano desde arriba solo por unos minutos. Vivía al lado del mar. Ella no sabía mucho sobre mecánica, así que le pidió ayuda a Santiago para construir unas alas.
Santiago la miró como si estuviese loca, pero luego accedió ya que aprovechó la oportunidad de aprender más sobre la carrera que iba a estudiar y adquirir experiencia construyendo cosas. Además, no la tomó muy en serio. Así que, luego de estudiar varios tipos de materiales, se decidieron por un metal ligero y plumas. La construcción tuvo lugar por dos semanas, y luego de adaptarla a la espalda de Carlota, por fin se dio por concluida la labor. Santiago pensó que la loca idea de volar como Ícaro se había esfumado de la mente de Carlota, pero estaba equivocado.
Una mañana, el adolescente recibió una llamada de la mamá de Carlota: ''¡Santiago, se va a lanzar! Ven corriendo.'' Apenas había terminado de pronunciar aquellas palabras cuando salió corriendo de su casa. Al llegar, vio cómo se desplegaba aquel espectáculo. Algunos vecinos, la madre de Carlota fuera de la casa. Esta última, asomada desde el primer piso de la ventana. Santiago le gritó: ''!Ícaro, no vayas a volar! No lo hagas.'' Ella miró a sus espectadores, les sonrió. En ese momento extendió sus alas de metal y plumas de ganzo, tomó impulso y se lanzó del balcón. Por supuesto, no voló. Se estrelló.
Como se había lanzado de una corta distancia - fue solo del primer piso - sus heridas fueron menores. Las alas quedaron destruidas y si algo se elevó aquella mañana fue el espíritu de Carlota. Su esperanza creció.
Transcurrieron varias semanas sin que se mencionara de nuevo el incidente. Se creía que la locura de Carlota había pasado con aquel susto, pero todos estaban equivocados. Esta, todas las noches, trabajaba con fervor en su habitación en unas alas nuevas. Esta vez se apegó exactamente al mito, y fueron de cera y plumas.
La próxima llamada que recibió Santiago fue de la misma Carlota una tarde de agosto: ''Santiago, vente que voy a volar.'' Colgó. Este salió corriendo de su casa, y llegó a la de la adolescente. Se encontraba rodeada por una playa y un gran muelle. Al llegar vio que la chica se encontraba en el último piso de la casa, en el tercero. Santiago le volvió a gritar: ''!Icaro, no vueles!''. Carlota sonrió y le respondió: ''¿Sabes por qué no funcionó la primera vez? No pensaba que iba a poder volar. Pero esta vez sí lo creo.''
Sus ojos se nublaron de brillo de sol y lágrimas, su sonrisa envolvió a Santiago como el blanco de la espuma del mar envuelve los pies que se quedan atorados en la arena. Los ojos del chico reflejaron la alegría de esta y le gritó con todas sus fuerzas: ''¡Vuela, Ícaro!¡Vuela!'' Carlota tomó todo el impulso que pudo y saltó. Sus alas se expandieron con el viento y comenzaron a flotar sobre el aire. Volaba, de veras lo hacía. Santiago gritaba y reía y lloraba de felicidad y la fue persiguiendo por toda la playa hasta el muelle. Levantó sus brazos, imitando las alas de Carlota y la siguió hasta el final. Ícaro continuó más allá, hacia el horizonte. Se mezcló y volvió una con los pájaros, una con los colores de aquel atardecer inolvidable y se perdió.
De lo que se encontró en el diario de Santiago, días después:
Más nunca supe de mi Ícaro. No sé si sus alas se quemaron con el sol de aquel atardecer, o si decidió emigrar junto con los pájaros de aquella tarde. Lo que sí se, es que voló.
Sí que voló.