El campeón que no cesa


 Excesivo e infalible, el Real Madrid volvió al fútbol tal y como lo dejó una noche mágica en Cardiff. Siendo campeón. Ganó (2-1) en Skopje y levantó su cuarta Supercopa de Europa, la segunda consecutiva, para sacar brillo a su incuestionable ciclo de éxitos. V olvió a marcar en partido oficial llevando la cuenta hasta el infinito y confirmó la supremacía que le distingue sin discusión como el mejor equipo del continente. El United de Mourinho, como el Sevilla en 2016, sucumbió en otra noche celebre para Zidane, el tiburón blanco con la sonrisa fascinante, como el amigo de Nemo: una Liga, dos Champions, dos Supercopas de Europa y un Mundial de Clubes antes de cumplir dos años como entrenador. 

 El duelo entre los dos equipos más ricos del mundo demostró que el Madrid vale más. Una pretemporada yerma de resultados dio paso a la eficacia habitual del equipo blanco, puntual a la hora de ganar cuando realmente cuenta, no en los amistosos. No pierde una final a partido único desde 2013 y en el panorama internacional su última derrota fue en 2000. Mourinho había empezado el partido en la jornada previa, en la sala de prensa, tirando las redes a Bale. El magnífico estratega portugués, el rey de la desestabilización, topó a la hora del partido con la realidad. 

 El Madrid fue superior durante 60 minutos, jugando a ratos muy bien a lomos de su excelso centro del campo. Mientras le duraron las fuerzas, se elevó por encima del musculoso United, que sólo peleó el título a última hora, con el juego directo y el poderío de sus torres, cuando el Madrid, fatigado, ya se dedicaba a otra cosa, a saber sufrir para abrazar otro título. El campeón que no cesa. 

 El brío del United en el arranque recordó a la puesta en escena de la Juventus en Cardiff. Bien posicionado, el equipo de Mourinho, aplicado como obliga el técnico portugués, se entregaba a una presión muy efectiva que minimizaba al Madrid, otra vez devoto de los inicios en tercera marcha, sin salidas para su juego y un tanto ahogado con Modric y Kroos tapados e Isco desaparecido. La clara ocasión de Bale a balón parado (minuto 2) tras un forcejeo había llegado de la nada. En un partido de gran ritmo, con alto voltaje aunque sea agosto, mandaba la intensidad del Manchester, un colectivo implicado en torno a la idea de Mou, efectivo en su planteamiento inicial. 

 Como en Cardiff a primeros de junio, el Madrid fue creciendo en torno al balón, alrededor de la seguridad en los pases que van tejiendo Modric, Kroos, Isco y Casemiro, el mejor centro del campo del mundo o al menos uno de los mejores. Entregado al sistema que le encaja como un traje a medida, el 4-4-2, con Ronaldo en el banquillo por primera vez en la era Zidane, el campeón de Europa fue domesticando al United. El remate de cabeza de Casemiro al larguero (minuto 15) fue el inicio de 10 minutos fantásticos de fútbol. El Manchester no veía la pelota. Se dedicó a perseguirla con interés, pero sin acierto. El baile terminó en el gol de Casemiro, agigantado con el paso de los minutos, tras un pase de Carvajal. El mediocentro hispano-brasileño, al límite del fuera de juego, superó a De Gea (minuto 24). Justo colofón a la sinfonía madridista. 

 El parón para refrescarse (las temperaturas superaban los 32 grados) enfrió al Madrid. Le cambió la dinámica al encuentro. Despertó del mareo el United, acaudillado por Pogba, pero sin excesivo peligro en la portería de Keylor. Casi todo lo generaba Valencia ante Marcelo. El descanso saludaba la superioridad del Madrid, que encaró la segunda parte de la mejor manera. Buscó el segundo gol, pero De Gea atajó el disparó de Kroos. Después una combinación entre Bale e Isco acabó con el tanto del superlativo centrocampista malagueño (minuto 52). 

 El gol coronaba el mejor momento del Madrid, que pudo hacer cumbre, pero Bale la mandó al larguero en una ocasión extraordinaria. El fallo dio vida al United, que emergió. Había ganado músculo por la banda con Rashford y poderío en el juego directo con Fellaini. El tanto de Lukaku (minuto 62) abrió un periodo de incertidumbre para el equipo de Zidane, falto de gasolina, pero no de oficio. Pero el campeón compite y sabe sufrir. Y se mantiene invencible. 

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