La ciudad mojada

Son tan ordinarios. Tan poca cosa. Tan creíbles. Tan planos. Tan llanos. Sus vidas son autopistas sin curvas. Avenidas vacías y desoladas sin ningún brillo. Tan poco románticos. Sombras que se mueven en el horizonte en una sola dirección. Aburridos. Hablan a tus espaldas. Te critican. Se burlan de ti. Porque eres diferente. Pero ellos se creen los diferentes. Los verdaderos reyes. La créme de la créme.

No reconocen la dulzura de una simple caminata sin mejor destino que al que te lleven tus pies. Sobre una ciudad rica en cultura que te abre las puertas con solo abrir tu mente. Llega la hora y el paseo se convierte en historia. Todo es mejor. Todo es de oro. De repente, te consigues envuelto entre personajes de vieja data que a simple vista, no son ni mayores que tú. Todo es alegría, goce, las sonrisas embullen y puedes escuchar las copas chocar en señal de júbilo.

Oh sí. Nada como un buen paseo a la luz de la luna. Sin temores. Sin pecados. Con la compañía de tus sueños, de tus metas, de tus objetivos. Todos sonriendo y aupándose a que sigas adelante. Vamos… cambia esa cara. Escucha el piano que se convierte en el propio soundtrack de tu caminata. La sorpresa que espera. Escuchas el acento extranjero de los que caminan y de repente se escapa una ligera sonrisa, un esbozo de ella, una de medio lado. Media luna. ¿Increíble no?

Los ordinarios no están a mi lado. Y doy gracias sinceras al Creador por ello. Asumiendo que existe, por supuesto. En caso de que sea irreal, y solo un producto de la imaginación humana que muchos venden mejor que un producto, entonces, le doy gracias a la sabia naturaleza por sus casualidades.

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