Mi mente no funcionaba más en aquel calor insoportable de verano. Abrí mi cuello para refrescarme un poco del ambiente sofocante de la oficina. Las cartas poder, despachos judiciales, trámites de todas las especies, acuerdos societarios, contratos de compraventa, elevación a público de escrituras, y una infinidad de otros asuntos del mundo del derecho que me sobrecargaban hartamente. La ventana se quedaba a mi lado en la oficina y, algunas veces, lograba divisar la plaza que adornaba el centro de la ciudad. Pero el tiempo era corto para divagaciones y luego embutía mi cara en los papeles que urgían ante mí.
A las cinco, todos ya se arreglaban para salir y dejar el trabajo para el próximo día. Era el miércoles, o sea, había dos días más de trabajo electrizante. No sabía lo que era mejor: trabajar en una empresa de gran tamaño y lidiar con la exasperación del jefe y mil quehaceres, o ir a casa después y encarar a mi esposa con tres niños pequeños y ruidosos.
Pero mis pies sabían el camino del sosiego y esa era la mejor hora del día, o de la noche, si así lo prefiere. Las puertas de Marta estaban siempre abiertas para caballeros como yo y, allí, recibía mi trato personalizado. Mis problemas desaparecían bajo las manos mágicas de sus "chicas". El olor dulce de lavanda impregnaba el aire y mis pulmones no conocían el sabor de otro oxígeno. Y así fui fantaseando hasta su establecimiento, envuelto en un sueño lascivo, lleno de achaques de locura sexual apretándome la ingle.
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Al entrar, mi chica de costumbre estaba disponible y, cuando se posó los ojos en mí, no parpadeó. Vino jovial en mi dirección, me aflojó los cabellos despejándome y me llevó a la alcoba de nuestra preferencia. Después de algunos goles de whisky, nos perdimos en diabluras que ni siquiera el propio demonio conoce. Entrelazamos nuestros cuerpos como si estuviéramos sedientos en un desierto. Nos lengüeteábamos nuestros sudores para aplacar la sed de la lujuria que nos consumía y, finalmente, nos dejamos quedar, inmóviles, en la cama en fuego de un amor prohibido, pero lleno de voluntad oscura.
Repentinamente, mi chica me despertó con un ligero toque en mi rostro. "Necesitas partir." ¡Su voz era linda! Miré el reloj y me preocupé. ¡Ya pasaba de la medianoche! Puse mi ropa y bajé corriendo las escaleras. Para mi sorpresa, Marta me esperaba en el vestíbulo con mi propia esposa. Silencio. "¿Vamos?" Dijo ella, despreocupada, cogiendo mi brazo y despidiéndose de Marta. Yo, sin saber qué decir, ni qué pensar, no miré hacia atrás y seguí con ella, a pasos lentos, hasta el taxi que nos aguardaba delante de la casa de lenocinio. Llegamos rápido a nuestro hogar y, al entrar, mi esposa dijo amablemente: "no vaya a despertar a los niños". Y, con una sonrisa en los labios, me llevó al cuarto para que yo descansara. Yo estaba tan exhausto que no quiso hacer preguntas. Dejé la paz reinar, me metí por debajo de las cubiertas y no esperé por ella para hacerme compañía. Dormí.
Me desperté con el griterío de siempre. Los niños lloraban altísimo como locos pidiendo comida, lo que mi esposa les suministraba con todo su amor, y yo tenía que prepararme para el trabajo. Fui directo al baño y nada del griterío parar. Ya me estaba volviendo loco. Bajé por las escaleras y vi los tres en la cocina, dos sentados a la mesa y uno en el suelo, llorando como enloquecidos. Dios mío, ¿dónde está esa mujer? Fue cuando la puerta de la sala se abrió y entró ella cintilando en un maravilloso vestido rojo, totalmente deslumbrante, uñas y pestañas postizas, tacón alto y un aire de saciedad en su cara.
"Lo siento, cariño, trabajé toda la noche, pero ya estoy aquí. Arréglate para no retrasarte al trabajo." Me dio un beso, cogió a los niños y fue a tratar de la vida, como si nada hubiera pasado, y me dejó allí, atónito y pasmado.
¡Saludos, @manandezo!
Publicación del 04 de agosto de 2017.