Se acercó Beni, un miembro de los tiempos heroicos de la mensajería, que continuaba en la brecha. Cuando cambiaba el tiempo, le dolían los diez o doce huesos que se había roto a lo largo de tantos años sobre dos ruedas, pero mantenía intacta su dignidad profesional. Era un lujo en la nómina de la empresa que hubiera podido convencerle de que, por favor, les llevara sus cajitas. Porque le habían especializado en cajitas, no llevaba sobres, flores o compras por internet. Siempre pensó que el interior de esos pedidos no pasaría un olfateo bien dado por los perros que habitualmente trabajan en las fronteras, oliendo maletas. Porque, a ver, que le salieron las muelas en la calle: si las direcciones se circunscribían a despachos de ministros, reuniones de altos cargos de la banca y canales de televisión... blanco como la nieve. Así que, a la hora de negociar su contrato, pidió una 500cc -“a mi nombre, si no es molestia”- que le permitía conducir más cómodamente.
-¿Qué pasa, pizzero?
-Beni, me asfixio... -Free continuaba dando rienda suelta a su facultad para montar performances en cualquier lugar y momento.
-Te tengo dicho que lo tuyo no tiene fácil solución, porque tu temperatura basal es más alta de lo recomendable. Tendrías que irte a vivir a Finlandia.
-Basal, estás tu bueno. Con Ámsterdam me conformaría...
-¡Que jodío! Por cierto, pásate el viernes por el “Dale la vuelta al disco”, actuamos a cambio de barra gratis; eso, si hacen buena caja con lo que os toméis, os aconsejo un colocón.
Beni era el vocalista de una banda de rock duro que amenizaba algunos bares del barrio.
-¡Hola, chicos!
Había llegado Estrella, otra de los habituales del chiringuito urbano. Creció ensuciándose en el taller de chapa y pintura de su padre, le encantaba el mundo de los motores porque los comprendía como si ella en persona los hubiese diseñado. El olor a grasa, metal quemado y monóxido de carbono, le hacía sentir bien.
Llevaba un par de años de mensajera, desde que echó el cierre definitivamente, por indigestión de deudas, el taller que heredó de su padre, cuando éste llegó a los 65. Él fue quien le llamó Estrella, a pesar de que el cura dijo Esther en la pila del bautismo, y con Estrella se quedó.
-Tírame una cañita de las tuyas, Pepín, que de aquí a casa no creo que me hagan soplar.
-Tú tranquila -dijo Freewheeling-, que con este calor no asoman la nariz.
-¿Habéis escuchado el silencio que hay? -dijo Beni-, a mí no me huele a nada bueno, está el ambiente muy raro...
-¿Y cómo quieres que esté, si no se puede poner uno a la intemperie, de la que está cayendo?
-No, os digo que hay algo más...
-Sí, tu manía de buscar señales del fin del mundo -contestó Estrella.
-No las busco, las encuentro. Y si los demás no vivierais en la inconsciencia, no os parecería todo tan inocente.
Beni no es que no supiera disfrutar de las cosas buenas de la vida. Pero tenía una tendencia ligeramente desproporcionada a encontrar fallos, un don como otro cualquiera. Eso era bueno para, por ejemplo, hacer un diagnóstico de las motos. Cuántas veces no le habrían dicho eso de: “échale un oído al motor y dime de dónde falla...”
Hay que reconocer que la mayoría de las veces no faltaban las razones para el pesimismo, pero su idea del mundo le enturbiaba la percepción, como si todo lo viera en blanco y negro, pero muy contrastado. Era posible que empezase a mostrar síntomas del síndrome del mensajero, que consiste en creer que cualquier movimiento planetario nace con la intención de sacarte de la carretera.
Eso de los síndromes es muy normal hoy en dia, otros lo tienen de túnel carpiano, como los internautas más activos, que presionan excesivamente un nervio que hay en la muñeca, y se les queda el pulgar hecho polvo, les hormiguea la mano y se les vuelve desobediente. El uso de herramientas manuales que vibren, también puede llevar a este síndrome, hay que tener cuidado con todo.
Lo curioso es que a los que trabajaron en el siglo XIX enviando constantemente mensajes en morse, que tambien tuvo que ser duro, no se les hubiera diagnosticado algo parecido. Aunque bien es cierto que el tiempo de definir mucho para esconderlo todo, empezó en el siglo siguiente; con Marilyn, los Kennedy y Luther King, por ejemplo, ¡anda que no estuvieron definiendo para nada...! Aquello salió tan bien, que lo convirtieron en deporte olímpico, y entrenaban y entrenaban, porque está claro que nada se consigue sin disciplina: el gran triunfo del once ése no fue ninguna improvisación, hay que reconocerlo.
Estrella también tenía su punto débil: se llamaba Artizar. Había escapado de ser una costilla para recuperar el resto del cuerpo, y ahora vivía con la mensajera en los cincuenta metros cuadrados de un noveno piso, primera línea de cables contaminantes que llevaban la energía, en dosis mínimas y caras, a todos los hogares que pudieran permitírsela. La electricidad estaba secuestrada, y esas torres de alta tensión, que casi podían tocar, eran sus cancerberos. Pero salían de la mano a la terraza de ladrillo visto, y escuchaban cantos de cinturas siderales, en vez del zumbido de la corriente electrica. Se querían.
-Me voy a casa, que tengo un hambre... -dijo Estrella, después de apurar la caña.
-Recuerdos a la Arti, y os espero el viernes, no se te olvide.
-Vale, y me llevo a gente que consuma, pero sólo si nos dedicas Is This Love a mi baby y a mí.
-¡Anda que no os ponéis tontos cuando os enamoráis! ¿De verdad me vas a hacer cantar esa babosería para pinkys?
Lo decía sólo para no parecer un blandengue, pero ni él se lo creía. Las cosas del corazón llegan mucho a los duros metálicos, hecho que se aprecia en sus baladas, que son una especie de: "si soy fuerte, es por ti, ya verás como te vayas...", que tiene mucho atractivo para la parte femenina de la población rockera, porque les despierta el instinto de protección. "Qué puedo decirte, nena, estoy contra la pared, te necesito a mi lado...", cantaba Coverdale con esa ternura que sólo un heavy es capaz de demostrar cuando hay que hacerlo. A Beni le salía una versionaza, parecía tal cual el cantante de Whitesnake, pero con más sentimiento, si cabe.
-Tú mismo...
-Venga, va, pero trae a los más borrachuzos.
Estrella, poniéndose el casco, iba a perderse entre los pocos coches que circulaban por la amplia avenida -de seis carriles centrales y cuatro laterales que, con los paseos del Prado y de Recoletos, forma la columna vertebral de esa ciudad que, Beni seguía pensando, había amanecido muy rara-, cuando, inexplicablemente, el cielo se nubló de tal manera, que parecía haber llegado la noche a las 15:45.
La mensajera volvió la cabeza hacia sus amigos, preguntando con los ojos muy abiertos qué estaba pasando, Beni miraba hacia arriba, deduciendo si la destrucción vendría de esa forma. Free estaba contento, porque se refrescaría la atmósfera y porque una nueva generación de hijos de las ranas despuntaba en el horizonte. Pero no dijo nada.
Pepín, el camarero, que estaba de vuelta de todo, puso un temita para relajar la situación. Tenía un radiocasete al que mimaba, más que cuidar. Un ejemplar de los años ochenta, grande... no, muy grande: su doble pletina, su ecualizador con distintos graves, agudos y medios... palancas y botones que, sabiamente manipulados por el barman, conseguían que la vibración se hiciera cada vez más densa y formase una onda expansiva compacta, al salir por los magníficos bafles plateados. Casi era posible ver cómo se iba acercando, para acariciar la piel de las orejas. Nada que envidiar al muro de sonido que hizo famoso a Phil Spector. "Si te seduce, déjate llevar, es la reina, tú vas de comodín... no lo entiendes, quizá comprenderás cómo la odio y la puedo amar... siento, al escuchar las notas de un rock ‘n roll, lluvia en mi cara que se mezcla con el alcohol...” Risi sí que sabía decir Madrí sin D.
A la manaña siguiente, todos los periódicos adornaban sus portadas con la misma noticia. Podría haberse quedado ahí la cosa, pero como Madrid es conocida como “la ciudad rayada”, se creó polémica por casi todo: que si quién va a limpiar ahora las calles de ranas, que si ya tenemos cena, que si cuidado con maltratarlas...
Y para añadir confusión al caos, resulta que se hallaba visitando la capital del reino una delegación de Kapurthala, con la esposa del maharajá como representante, que por lo visto iba a apoyar unos asuntillos de beneficencia que tanto gustan a las consortes de los grandes hombres de estado. Los periódicos habían comenzado por llamarle “maharaní”, pero como era una mujer muy simpática, y después de varios días por aquí había confianza, casi enseguida la denominaron, cariñosamente, “raní”. Se montó un conflicto diplomático, porque la pobre mujer, en su desconocimiento de nuestra lengua, pensó que le querían echar la culpa de lo de las ranas, y daba entrevistas a los corresponsales de su país diciendo que ella era prima inter pares, o algo así, descendiente directa de Anita Delgado, y que no iba a consentirlo. No había que despreciar esas declaraciones, que un sable tradición sij adorna su bandera. Tuvo que intervenir el Consejo Europeo: les aconsejó que contrataran a un intérprete, pero de hindú, que no servía, aunque fuese más barato, el de swahili. En el fondo, saber que estamos tan bien aconsejados, da tranquilidad.
Freewheeling pensó que aquella generación de recién nacidos raneros, daría que hablar: ya habían aflojado algunos tornillos a la máquina, y aún no sabían ni dónde estaban, o sea que...
https://www.thecinemaholic.com/magnolia-is-paul-thomas-andersons-best-film-heres-why/