Carta de Botero a Marta
Marta Marta, lucías tan hermosa con tus atractivos rasgos de mulata, aquellos rasgos que determinan tu belleza y acentúan tu gran sexapil. Marta Teresa Pineda, no sólo eras atractiva sexualmente, tu nobleza e inteligencia tomaban por sorpresa a cualquiera, así como yo, para ti ninguno era un amante o un cliente, para ti solíamos ser tus amigos y hasta podíamos hablar contigo durante horas sobre cultura, sobre la vida, sobre todo y a veces sobre nada referente al sexo, y aunque las lugareñas de aquel barrio de Medellín pensaran lo contrario, de prostituta nadie te tildaba, y es tu exquisitez como mujer lo que te permite conservarte aún sin esos prejuicios hermosa mujer.
Aquella noche cuando toqué tu puerta, logré darme cuenta de que tu casa era una casa lejana a la soledad, las damas que rondaban, eran como damas de compañía practicando la obra de misericordia número quince, le ayudaban a perder la virginidad a quienes recurrían con las ganas de sentirse varoniles, que forma de ayudar a los pobres a no llegar vírgenes al matrimonio, pero no sólo esto, también tenían el efecto de enamorarte con aquella carisma que solías inculcarles, Marta Pintuco, así solían decirte por los extravagantes colores que solías llevar de maquillaje en tu rostro, Marta Marta, tu casa era tan acogedora, templo de quienes agobiados de una vida rutinaria cotidiana anhelaban sentirse en compañía, aunque fuese de un amor rentado, y allí estaban tus damas, no tan exquisitas como tú, pero con esa nobleza que a tí te caracterizaba, no eran cualquieras las mujeres que allí se encontraban, aún pese a que la sociedad así las tildaba, hablabas de ellas como hablar de una hermana, y en tus palabras yo encontraba el sentimiento con el cual las apoyabas.
Yo influenciado por los paradigmas de la sociedad, confieso que en el momento llegué a pensar lo mismo, “pobres mujeres que vendían su cuerpo en aquel lugar”, Marta, me sorprendí cuando al pasar a una de las habitaciones ví semejante escena, varios hombres reposando tras el embriagante placer provocado por sus acciones, acciones de un amor alquilado, vaya sorpresa cuando observé a aquel niño, hasta niños habían en tu casa, mientras el sexo parecía ser amor o viceversa... ¿Cómo semejantes cosas podían pasar en una habitación de aquella acogedora casa de tan excepcional mujer?. Me sorprendiste al decirme que un hombre había llegado ahí con su niño convaleciente del hambre a pedir ayuda a quien consideraba también como una de sus mejores amigas, para mi sorpresa era una de aquellas lindas damas, ellas no sólo eran amantes, ellas eran "amigas” de aquellos hombres, ¡semejante manifestación de amor! pensé, pero Marta, ¿cómo creerte Marta?, si en esta época casas como la tuya son sinónimos de prostíbulos; es que eres tan hermosa Marta, que creo que aunque no te creo, y aunque no quiera creerte, te creo, ¿cómo no creerte Marta?...
Por eso creo que en aquella casa no sólo se trataba de sexo, en aquella casa se trataba de hacer el amor, pero como saberlo a ciencia cierta, si jamás llegué siquiera a probar tus labios, o los labios de aquellas lindas damas, y sin darle importancia al hecho me has cautivado con tal sensualidad, con tus cabellos castaños, con el amor de tus palabras, Quédate y compláceme me dijiste aquella noche lluviosa, sin saber que en lo único que iba a complacerte era quedándome a hablar de la vida y los arrebatos de aquel barrio de Medellín donde te criaste.
Es por esto que te regalo, junto a esta carta y mi gratitud un retrato, de cómo recuerdo aquella escena peculiar y seguramente alarmante ante la sociedad... Te regalo un pedazo de mi arte, porque fuiste mi musa y tu casa un templo de reencuentro con la famosa frase que rozó mi vida una vez más, aquella noche peculiar "No todo es como parece ser, las apariencias engañan y la mente se aprovecha”. Entonces para ti, excepcional mujer, junto a mi carta dejo mi retrato, puedes llamarlo como muchos, La casa de Marta Pintuco, yo lo llamaré por siempre, La casa del Amor más puro.
Por: Fernando Botero(2001)
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