Retumban los tambores infernalmente a lo lejos. --Tranquila tu sufrimiento también es el mío-- Escuché tan claramente como sentía mi piel adherida directamente a mis huesos. Esta hambre es infinita; pensé, aunque para mi ha existido desde que recuerdo -¡maldita sea!- existirá por siempre jamás. hay ese hedor a muerte en el aire. --¿Por qué?-- masculle como un silbido delirante --No te preocupes, pronto acabará todo.-- Decía esa voz escurriéndose entre el rugido de los djembes.

Aún está en mi memoria aquellos días cuando la miseria no dolía hasta los huesos, no se apretaba en mi garganta como un asesino indolente, desgarrando mis entrañas con cada exhalación, cuando esa ausencia de claridad no existía; porque en ese momento, en vez de pensamientos, solo habían apetitos animales.

Escribir sobre el hambre es igual que hacerlo sobre el amor, no hay un millón de palabras juntas que lo definan o le enseñen a un hombre su significado, las palabras no bastan; hay que padecerla en carne propia para saber que es. Ella te carcome por dentro, te debilita y si tu alma no es fuerte; te envilece.

¿¡Pero que alma puede soportar el impulso animal de sobrevivir!?, juro que te hubiese matado por un mendrugo de pan mohoso o hasta un poco de agua fresca.

-Solo un momento más- escuche, entonces trate de abrir los ojos; de pronto una luz cegadora me dolió tanto, -¿será que le darán una patada a la vasija de cerveza por fin? me interrogue, sabiendo que de esa forma, en nuestra cultura, nos dicen a los difuntos que ya no podemos comer ni beber, así entendemos que estamos muertos.

Fueron más de tres años en que los cielos se secaran, aunque siempre estuvimos acostumbrados a que el marrón y el azul cubriesen el paisaje, siempre habia algun verde, en la tierra yerma alguna planta crecía, hasta en las sequías más largas!
Algunas veces pienso que fue un castigo o debió serlo. Durante años nos matamos unos a otros, los Songhai contra los Tuareg luchamos durante generaciones, eso debió enfurecer algún dios, ¡Si es que tal cosa existe!

-Ven- me decía aquella voz otra vez, mientras sentía algo fresco en mi frente, ¡es agua! ¡maldita sea, A G U A! quería llorar, pero estaba seca, confundida ya había alucinado muchas veces, no queria desilucionarme de nuevo. Me llevé las manos a la cabeza, como aferrandome a lo último de cordura que me quedaba y al abrir los ojos estaba él.

-Deja te tomo una última foto- Me susurró avergonzado -Hemos traído comida y agua, pero debo documentar todo- luego de eso me dieron de beber, y me pusieron una de aquellas bolsas de suero. No podía comer aun hasta que me hidratara,

Ya recuperada le pregunté al hombre de la cámara, justo antes de marcharse, por qué me había dicho que mi sufrimiento era el suyo; sonriente me dijo, en su mal Songhai (nuestro idioma), que jamás pronunció esas palabras y me contó que no era la primera vez que alguien le hacía esa pregunta después de llevarle ayuda.