El lobo rojo (VIII)

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Cristina

Algo más que eso... No supuse que aquellas palabras literalmente significaban eso: él era algo más que una suerte de guardaespaldas de un riquillo. Un error demasiado grave que cometí cuando, en un momento de distracción, me arrojé hacia la puerta en un intento por escapar; él me atrapó rodeándome el cuello con su brazo e inmovilizando una de mis piernas con una patada certera.

Aquél dolor era intolerable; aquél dolor casi me hizo llorar, pero no le di el gusto. 

En cierta forma él lo supo cuando me levantó del suelo por el cabello y me llevó a rastras hacia la silla más cercana. Me advirtió que no tenía mucha paciencia conmigo, así que me dio dos opciones: O rendirme, o morir. Elegí lo último; no pensaba vivir aterrorizada por toda una vida, menos estar en manos de alguien que, como admitió más adelante, ha matado a tanta gente que perdió la cuenta.

Me miró con cierto interés antes de irse a una habitación que estaba al fondo del enorme espacio blanco que él llamaba su hogar (para mí no lo es, pero eso no es asunto mío). No duró ni cinco minutos; él regresó con una camisa roja de lino y una toalla. Recuerdo bien sus palabras al entregarme ambas cosas: los hombres que no te han follado son unos maricas. 

No entendí qué quería decir con eso, y no me apetecía averiguarlo. Ni en ese entonces ni ahora que estoy sentada junto a la ventana contemplando la lluvia caer, pensando detenidamente en mil y una formas de escapar sin recibir electrochoques del jodido collar para perro que tengo en el cuello.

-¡Cécile, estoy en casa! -escuché que me llamara por mi nombre falso.

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Charles

Ella se me acercó y recibió mi saco. 

-¿Algún recado? -le pregunté mientras ella colgaba el saco y lo llevaba a la habitación.

-No, señor. Solo citas y deberes.

-Bien. Voy a estar en mi habitación descansando un rato. Si llama Domink Palaiagecu, me pasas la llamada de inmediato, ¿entendido?

-Sí, señor.

-Y Cécile...

Ella se volvió.

-Este fin de semana tendrás que venir conmigo. Hay una fiesta en la que resulté... "invitado". Te compraré un vestido elegante... Quizás negro o rojo. Y corto.

No me replicó nada. Un silencioso asentimiento de cabeza fue su única respuesta al marcharse hacia la ventana, desde donde continuaba contemplando la copiosa lluvia que bañaba la ciudad, ignorando mi presencia hasta que la volviese a necesitar. 

Recostándome en el lecho, analizo nuevamente la situación de los dos. 

Ella trató de matarme; yo debí haberla matado en el acto. Ella intentó escapar y me desafió a que la matara ahí mismo; yo debí haberlo hecho en ese momento. Tenía la oportunidad de deshacerme de la carga que me representaba, pero no lo hice. Estoy seguro de que no hay nada de romance de por medio, así que eso queda completamente descartado.

Digamos que, de algún modo, ella se ganó mi respeto y el derecho a vivir. Digamos que me gustaría verla intentar escapar de la manera más ingeniosa posible. Quiero probar hasta dónde es capaz de llegar con tal de recuperar su libertad; quiero probar su ingenio y astucia, cualidades que Domink seguramente encontraría tan acojonante. Por ahora, ella no intentó nuevamente escapar; eso es porque quizás está buscando un modo de hacerlo... O algo peor: se rindió.

Sacudo levemente la cabeza.

No. Cécile no se rendiría. Estoy seguro que en menos de una semana o de un mes habrá conseguido zafarse del collar eléctrico; estoy seguro que encontrará una forma de salir de aquí sin que yo se lo impida.

Bueno... Debo aceptar que esto será algo muy interesante de observar.

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