El lobo rojo (IX)

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Ivar

Era una noche normal de trabajo en la mansión del señor Adamsen. Estaba aburrido, fastidiado, con cierto calor reuniéndose en cierta área de mi cuerpo al ver desfilar ante mis ojos a distintas mujeres de todas las razas, colores y edades con solo unos vestidos pequeños, algunos muy transparentes que dejan ver que no tienen ropa interior... ¡Mierda, Ivar, deja de pensar en eso! Tienes trabajo por hacer... 

No, no puedo. Demasiada tentación para mis ojos y para mi polla. ¿Cuánto cobrará Adamsen por una noche con una de ellas? ¿Unos 15 mil euros por noche quizás?, ¿20?, ¿30? Lo que sea que cobre, estoy seguro que él se queda con todas las ganancias mientras que las chicas se quedan encerradas en los sótanos, sin nada que ponerse excepto los collares eléctricos que tienen atados a sus cuellos. 

La verdad, si por mí fuera, las liberaría a todas... Pero no voy a arriesgar mi empleo por ese impulso.

Me vuelvo hacia la entrada. 

"Vaya sorpresa del destino", pensé mientras observaba a Charles Volanges  entrar al escenario en compañía de una chica de cabello negro, vestido corto y un collar eléctrico color verde en el cuello. Aquello me dio curiosidad; no recuerdo que uno de los asesinos mejor pagados por las mafias internacionales tuviera una esclava sexual. ¿Desde cuándo estaba interesado en el negocio?

-Entonces lo que dicen es cierto -comentó Greg, quien se puso a mi lado -. El buen Volanges tiene buen gusto.

-¿A quién la compró?, ¿a Saint Claire?

-No. A Palaiagecu. Iba a ser su nueva adquisición, pero esa chica le salió "defectuosa".

-¿De dónde? Digo, sí está un poco rellenita...

-Ella estuvo a un pelo de matar a Volanges.

Me volví hacia mi compañero con sorpresa.

Éste añadió:

-Palaiagecu no quería venderla, pero el Lobo Rojo le ofreció 900 mil euros y los aceptó. Yo diría que es un milagro que todavía esté viva, porque él no es alguien que te perdone la vida tan fácilmente.  

Me volví hacia ellos. El Lobo Rojo dejó a su prisionera a un lado de la ventana y se dirigió hacia mi jefe, quien lo recibió como si fuera un hijo y, tras darle una instrucción a Rotvar, su mano derecha, abandonaron el recibidor para encerrarse en su despacho.

-Escolten a la joven del collar verde hacia la habitación de huéspedes -nos dijo el aludido después-. El Lobo Rojo pasará aquí la noche.

-¿Y por qué no se mezcla con las demás chicas? -inquirió Greg.

-¿Estás idiota, Greg? No vamos a mezclar vírgenes con putas.

Cristina

Encerrada en una habitación. Justo en el punto de inicio, pero en distinto lugar. Genial...

-Gracias -intenté decirle a mi "escolta" en mi muy básico francés mientras me sentaba en la cama. 

Uno de ellos simplemente se salió de la habitación mientras que el otro, de cabello negro y ojos azules, me miraba con curiosidad. Incómoda, decidí ponerme de pie y me fui al otro lado de la cama con la intención de esperar a que se fuera. Sin embargo, cuando me levanté para checar si había alguna salida alterna, me encuentro con que el sujeto no se había ido.

-Tranquila -me dijo en inglés mientras sacaba su arma y la asentaba en la cómoda que estaba a su lado -. No te voy a hacer daño.

Genial. Estoy a punto de convertirme en víctima de abuso sexual. Maldito hijo de puta, sabía que debí anticiparme a su "orden"... Y estúpida de mí por no haber cogido un cuchillo para clavárselo ahora al cabrón que poco a poco, con esos ojos de depredador devorándome, trataba de mostrarse "amigable". 

Intenté pensar rápido conforme me echaba para atrás. Mi primera opción fue correr hacia mi derecha, pero el sillón iba a ser un estorbo. Mi segunda opción tampoco era posible; él estaba cerca de la cama. La última opción sería suicidarme ahí mismo con puro electrochoque. 

Bueno... No tengo ya nada qué perder ante esa última opción. En ese submundo, una mujer viva o muerta es un fantasma ante los ojos indiferentes de los demás.

-Si me quitas el collar, mi virginidad es tuya - le dije con cautela. 

Él rió y me replicó:

-Puedes estar tranquila con eso, muñeca. Una mujer sin experiencia en el arte de follar es una gran responsabilidad que muy pocos valientes se atreven a asumir.

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