Después de trabajar, Daniel camina taciturno a su morada, el camino está lleno de casas, una encima de la otra, fachadas de ladrillos coloridos y uno que otro olor de cena hogareña, no le agrada mucho pasar por la empinada bajada, puesto que las rodillas le terminan doliendo y mucho menos subirla por las mañanas, puesto que, de no ser por el gélido clima llegaría empapado en sudor al trabajo.
La razón para caminar por ahí, es que le recordaba a su viejo hogar, también que siempre consigue a una niña con la que conversa hasta donde termina la calle junto a un perro que se le va encima en busca de una caricia, estos detalles hacen que le guste caminar por aquella calle.
La niña juega con el perro y Daniel, risueño piensa en sus revoltosos hermanos, planeando en llamarlos por Skype cuando llegue a su casa, la vida era muy bonita, porque, aunque no estuviera con su familia, estar en Paris, le ha ayudado a conocerse mejor.
Y ensimismado en sus divagaciones no se ha percatado de que un carro se estaba llevando a la niña. La escena fue tan rápida e inesperada que solo le alcanzó a correr detrás de la camioneta, corrió todo lo que pudo y grito, grito muy fuerte para que alguien los auxiliara.
Marco a la policía.
Nadie le contestó.
Su desesperación lo hizo correr y tocar cada puerta de cada casa, todas tenían la luz encendida, más nadie le contestaba
-¿¡Qué está pasando aquí!? -
Pateo la puerta con tanta fuerza que esta se abrió, entro y…no había nadie, sin embargo, la televisión estaba encendida. Lo más raro de todo fue cuando observo por la ventana el mismo auto que se llevó a la niña, salió y lo que vio lo dejo estupefacto.
El auto se iba a gran velocidad perdiéndose en el la bajada y al instante aparecía en lo más alto de la calle, y así lo vio cuatro veces como si de un ciclo se tratase. El auto se detuvo abruptamente y salió una mujer con la niña.
-¡Este camino no tiene fin! - grito la mujer.
La niña salió corriendo hacia Daniel y entre suplicas le pedía que no le dejase con aquella mala mujer.
Daniel la ignoro y corrió cuesta abajo, solo para hallarse al inicio de la empinada calle.
Ciertamente no tenía fin.
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